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Tribuna
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Diada

Jorge M. Reverte

A mí me gusta la Diada. Cada 11 de septiembre me siento frente al televisor a ver a los catalanes desfilar con banderas y pasearse por la ciudad con los niños al hombro en un acto que es siempre, según sus organizadores, un ejemplo de seny. Para que el seny generalizado resalte más, siempre hay unos grupos minoritarios que queman banderas españolas y gritan mucho a los del PP. Los responsables políticos, incluidos los del PP, hacen al final un canto al civismo generalizado. Qué bonito.En mayor o menor grado, todos los pueblos de España tienen celebraciones parecidas, y todos los pueblos quieren que sean muy cívicas. Pero, dejando aparte lo del civismo, me encanta la emoción colectiva que sacude a los implicados, sean vascos, gallegos, catalanes o andaluces. Hasta los castellanos viejos pasean sus banderas y se sienten amparados por esa representación de lo colectivo.

Todos menos los de Madrid, que acabamos siendo los únicos españoles, al parecer. Perdón, los únicos que son sólo españoles (no voy a entrar ahora en los que dicen que no lo son porque ahora no quiero hablar de eso). Los de Madrid no movemos el culo ni dos minutos aunque Leguina, que es de Santander, llore desde la pantalla de Telemadrid diciendo que los de Huesca no nos quieren. Nos queda lo de España. Pero, ¿qué es lo de España? Cioran escribió un divertido ensayo en el que contaba que los españoles son casi el único pueblo del mundo que se pregunta cosas así (un francés o un inglés dan por hecho que lo son). Se ve que ser catalán, o vasco, o castellano viejo también viene dado por la naturaleza de las cosas. Pero ser español es más liado, un poco laberíntico. Si los madrileños son la destilación de españoles, por su falta de segunda identidad (el estado puro), y no se mueven ni conmueven, con la bandera patria, cabe la posibilidad de que ser español sea ser apátrida. Lo otro, castellano. O así.

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