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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

España, con cuba

EL MINISTRO cubano de Exteriores, Roberto Robaina, dice que "antes de pensar en cambiar, Cuba ha de pensar en sobrevivir". El ministro ha dado el más claro ejemplo de un falso dilema. Porque lo que ya es evidente para todo el que quiera verlo es que Cuba ha de cambiar precisamente para sobrevivir. Esta supervivencia, la de ese país y ese pueblo tan entrañables, la desean todos aquí. Esta certeza debe presidir cada una de las actuaciones del ministro en Madrid y Barcelona, porque Cuba y los cubanos no tienen enemigos en España.Pero el problema fundamental en las conversaciones del ministro Robaina en Madrid está en los conceptos que utilizan las partes. Nadie puede contradecir al ministro cubano cuando dice que los límites de la negociación están en la soberanía, en la independencia y en la dignidad de los cubanos. Bravo. Pero cuando dice que la figura de Castro significa la dignidad de Cuba, se hacen evidentes los abismos que separan a la significación que cada parte otorga a los mismos términos.

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La dignidad de Cuba está, para nosotros, en la suma de las dignidades de todos y cada uno de los cubanos, de aquellos que creen aún en el régimen de Castro, como Robaina, y también de los que añoran libertades políticas y civiles, de los presos políticos, de los emigrantes y de los balseros que abandonan su patria para acabar ahogados o en tiendas de campaña en Guantánamo. Esa dignidad está por encima de todo mito y toda persona. Castro demostraría grandeza aceptándolo.

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Y después, la soberanía. La soberanía de Cuba radica en la capacidad y el derecho del pueblo cubano soberano para elegir libremente a los dirigentes y órganos que han de gobernar el país. Como no hay legitimidades divinas en el mundo actual, no las hay históricas. Los Gobiernos tienen que renovar -o perder- cada ciertos años esta legitimidad en las urnas. Es una regla que puede parecer molesta a Robaina y a otros. Pero es la única que confiere hoy la legitimidad y la respetabilidad internacional.

Instaurar esta dignidad y esta soberanía debe ser el objetivo principal de los sinceramente preocupados por la supervivencia de Cuba y de todos los cubanos. La revolución cubana ha sido una de las últimas grandes utopías de nuestro- tiempo. Es comprensible que quienes dedicaron toda su vida a este proyecto no conciban o no quieran concebir que se ha agotado, que es una vía muerta en la que se estanca la vida en la miseria. Intentar perpetuar la ficción de su viabilidad a costa de cada vez mayores sufrimientos del pueblo es un atentado contra Cuba y los cubanos. El mejor patriotismo radica en evitar dolor y padecimientos a los compatriotas, no en la defensa de símbolos añejos.

España puede y tiene que jugar un papel especial en convencer al menos al entorno de Castro de esto. Tiene que fomentar, con firmeza, aquellas posiciones que se alejan paulatinamente del numantinismo oficial actual. Y debe ser activa también en marginar a los revanchistas en el exilio y potenciar a los sectores moderados y democráticos de la oposición, dentro y fuera de Cuba. Además, tiene que hacer lo posible por persuadir a EE UU de que el mantenimiento del embargo es políticamente miope y contraproducente. La política exterior de Washington bajo este presidente es incongruente. En ocasiones, alarmantemente ingenua. En el caso de Cuba es absurda y peligrosa. Por todo ello, las gestiones realizadas por el Gobierno español, y especialmente por el Ministerio de Asuntos Exteriores, para entablar un diálogo entre el régimen de Castro y la oposición tienen importancia y arrojan un rayo de esperanza sobre la crisis cubana. Cierto, los interlocutores de Robaina en Madrid están lejos de ser representativos de la oposición cubana. Y la influencia del propio Robaina dentro del régimen cubano es más que dudosa. Son muchas las dificultades que habrá que vencer -la personalidad de Castro, el miedo del régimen a la revancha- antes de que se establezca un auténtico diálogo para la transición pacífica y la reconciliación. Pero que La Habana acepte que tiene que hablar. con la oposición es sin duda un avance.

Y es ésta la única vía razonable. Ahogar en el aislamiento al régimen de Castro -como parece ser la intención del PP- sólo fomentaría reacciones desesperadas del régimen o del pueblo, o de ambos. La consecuencia podría ser una orgía de sangre. Sin una transición ordenada y después de siete lustros de poder absoluto del Partido Comunista, un vacío de poder en Cuba podría desencadenar una oleada devenganzas personales. Es tarea de todos evitar el caos que haga imposible la transición a la democracia y sirva de caldo de cultivo a nuevas formas de opresión y violencia. Porque habrá un después de Castro. Sería trágico que triunfara entonces otro despotismo caribeño de signo opuesto.

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