La sorpresa de un buen final

La coreograría de Víctor Ullate ara El amor brujo ha sufrido alunas importantes y enriquecedoras modificaciones desde su estreno mundial en Sevilla el pasado mes de febrero. Es normal, sí es el proceso de cristalización coreográfica, y el público madrileño lo reconoció, pues este Amor... es un buen ballet que se dirige a escarbar en la fusión de varias líneas estéticas de la danza española.María Giménez e Igor Yebra dieron vida a la pareja amante con fuerza, arropados por Carmen Linares, que da un tinte íntimo y dramático a Falla.

Al principio de la obra, una escena de acentuada mímica coral clarifica el prólogo y hace más asequible la acción argumental; al final, Ullate dispuso que todos los bailarines interpreten el cierre vestidos de calle, les libera del peso del vestuario teatral y con ello da una nueva tónica al espectáculo: es una enseñanza bejartiana, arriesgada y de gran impacto que redondea el producto, lo acerca más a nuestros días.

Hay que destacar al invitado Miguel Angel Rojas, que muy integrado a la plantilla, homenajea a Escudero con una soberbia variación sobre sus botos; Rosa Ochoa estuvo potente en su pitonisa, Eduardo Lao enérgico en su espectro, tal como lírica Ana Noya en Lucía.

Las luces del espectáculo fueron muy bien adaptadas a las circunstancias de La Zarzuela por Olga García y el sonido orquestal resultó por momentos algo plano, aunque con la atenta batuta de Gil Ordóñez.

Citemos la escena del desdoblamiento del espectro, una muestra de cultura coreútica por parte de Ullate; ese recurso que ya apareció en el siglo XIX en La fille de marbre (1849), volvió en el Paganini (1939) de Fokin y en el Quijote (1989) de Alonso; en este Amor brujo tal efecto cumple.

Al estreno asistió la ministra Carmen Alborch, y se le vió aplaudir largamente y de pie.