Incierto porvenir de los estancos
Conste la intención de no señalar a nadie ni menospreciar afanes o industrias personales o colectivas. Es la constatación de lo que un pasante ha observado en nuestra villa y corte, con el rabillo del ojo, a lo largo de estos meses veraniegos. De antes algo llamaba la atención: el escamoteo de aquellos brochazos de colores que alegraban y marcaban hitos en las calles: las franjas rojigualdas del despacho de tabacos, timbres, pólizas, papel del Estado, contratos de inquilinato y, a veces, la aneja lotería. Ya no luce su grito amarillo y colorado ' proclama centelleante y patriotera que aparecía en casi todas las pinturas folclóricas de los últimos 100 años. Causas, motivos, sindéresis incluso habrán dado lugar a éste deslustre ciudadano.Durante los pasados julio y agosto, este prolongado domingo perezoso, reparaba inconscientemente en la cláusula temporal de varias clases de establecimientos que un viejo hábito los suponía siempre abiertos: bancos, bares, estancos y farmacias. No en servicio permanente, como antaño proclamaban con legítima ufanía las funerarias, sino considerados como servicios casi públicos, los dos últimos el uno monopolio y las otras de estricta regulación.
Lejos de nosotros la funesta manía de discutir derechos ajenos, el sacrosanto del descanso, pero encontramos algún relajo y desconcierto últimamente. ¡Ay, cómo gusta a todos el privilegio, la exclusiva, el monopolio! Viene de lejos y fue trampa y añagaza del Estado para asegurar el pronto cobro de tantas exacciones como precisan las voraces y concupiscentes arcas generales, que siempre suelen ser administradas por unos pocos, los mismos.
Casi como curarse en salud el invento de la regulación estancada de los artículos de primera necesidad y el soberano tráfico de influencias. El buen rey, Alfonso VI, el Justiciero, creó el monopolio de la sal y uno piensa que en aquellos expeditivos tiempos sería ahorcado el físico, galeno, homeópata o médico que la proscribiera de la dieta alimenticia del siglo XIV. Nuestro señor Felipe el IV amplió el negocio y estacó la pólvora, el plomo, el almagre, el bermelión, los lacres, el azufre y los naipes, las Sieta Rentas anticipó en algo menos de cuatro siglos de la Siete Hermanas Petroleras. Otros descendientes ensancharon la recaudación al azúcar, los aguardientes, el bacalao y, al fin y al cabo, el tabaco y las loterías.Este último verano daba la impresión de que hubo más tabaquerías cerradas. El asunto no me afecta personalmente, pues adquirí, con mi propio esfuerzo, el enfisema que apartó de mí los cigarrillos; constato una peculiaridad: algunos de estos negocios, en el área en que me muevo, no orientan al fumador o presunto necesitado de sellos y demás artículos hacia otro cercano establecimiento, como tengo entendido que dispuso la Tabacalera, hoy sociedad anónima desestancada. ¿Vamos a seguir, quizá, el ejemplo norteamericano, bastante racional, de llamar a las cosas por su nombre y función, y droguería al lugar donde se despachan drogas, que no otra cosa son los medicamentos con receta los que la hayan menester, los potingues, los celtas, Ducados y tagarninas? Desmayó el llameante monopolio de las cerillas y fósforos, que hoy sólo se utilizan para encender barbacoas y chimeneas, esos huecos presumidos que los constructores excavan en los llamados "salón-comedorcuarto de estar", utilizados sólo una vez para llenar de humo la estancia.
Escuché, distraidamente, el propósito de sacar utilidad de la inmensa organización que son los estancos, representados en la más humilde y corta de las comunidades españolas. Para distribuir, por ejemplo, prensa, diaria y periódica, allí donde no llegan otros oligopolios, atento al puro lucro inmediato. Proyecto quizá sólo adormecido en el traqueteo de las presidencias, beneficioso para la cultura, los editores, el Estado, los estanqueros e incluso también para la Tabacalera y los apáticos lectores. El fallo debe estar en alguna parte que no acierto a ver.
Alivio de viudas, también ha sido ganapán de privanzas; camino va de extinguirse sin fruto, para nadie, cuando aún puede producir rentas y ganancias. Como siempre: ¡a ver si alguien hace algo!
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