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Una lengua hacia el silencio

En la primera parte de sus memorias -La lengua salvada, Die Gerettete Zunge, aunque se tradujo La lengua absuelta- Canetti centraba en lo lingüístico el recuerdo de su infancia, a la orilla de un Danubio ya entonces tan contaminado como para tener que hervir su agua antes de lavarse, y su lengua familiar era el castellano sefardí, pero su entorno se dividía entre el búlgaro y el rumano.Andando el tiempo, viviría con su madre en Viena, y allí adoptó el alemán como su lengua cultural -aunque todavía más químico que literato- Esto lo ha contado en la siguiente parte de sus memorias, La antorcha al oído: en rigor, ese título pudo escribirse como La antorcha en el oído, porque ése era el título -Die Fackel- de la revista que Karl Kraus redactó, en su integridad, desde fin de siglo hasta su muerte en 1936. Así, Canetti se hizo, no sólo un vienés sobrevenido, sino un secuaz de los grandes afectados vieneses por el virus de la autoconciencia lingüística, pero ello no en un sentido evasivo y reaccionariamente irresponsable, como Hofmannsthal, sino más bien en el sentido de rigurosa crítica moral de Karl Kraus, para ir, más allá de éste, hacia un nihilismo "más allá del bien y del mal".

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Pero en Canetti -como en Nietzsche- el tema de la conciencia lingüística no suele aparecer explícitamente y en primer plano, por más que sea la clave básica de su escritura. Su inolvidable librito de recuerdo de Marrakech -por ejemplo- tiene una de sus componentes esenciales en su Entfremtung lingüística: Canetti quizá pasó más años que en otro sitio en Inglaterra -en penumbra hasta un premio Nobel tan sorprendentemente meritorio-, escribiendo en otra lengua que tampoco era originalmente suya -en ella compuso sus obras "mayores"- ese largo ensayo, Masa y poder y esa novela simbólica, Auto de fe (en el original, Die Blendung, "El cegamiento "), en que cultura e historia vienen a ser una manía irrelevante votada al holocausto. Canetti, creo, había de realizarse con mayor autenticidad en dos géneros: sus memorias y, tal vez con máxima pureza, en sus aforismos, reunidos a partir de la colección La provincia del hombre. Aquí, Canetti se inserta en una tradición que, desde Lichtenberg y Nietzsche, tomó una fisonomía muy marcada en Viena. A veces en una frase, a veces en media página o una página, nos dan una quintaesencia del nihilismo del siglo, en una de sus formas más depuradas y elegantes.

Pero su clave está en que, de vez en cuando, aparece un aforismo lingüístico, una aguda observación sobre el lenguaje como el limitado ser del hombre, para bien y para mal: por ejemplo, para citar el que la memoria me trae ahora con más claridad. "Enmudeció por miedo a los adjetivos".

La verdad es que no estoy seguro de dónde acaba mi admiración a Canetti y dónde empieza mi devoción a Kraus: no sé trazar una frontera nítida entre los dos. Pero sí estoy seguro de que el autor de La antorcha en el oído -pese a su aparente frialdad- se habría sentido halagado de que le ocurriera esto a un intenso lector de ambos.

es catedrático de estética..

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