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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Francia y Argelia

EN UN brutal atentado producido a comienzos de agosto en Argelia, tres gendarmes y dos agentes consulares franceses fueron asesinados por grupos armados islamistas en una urbanización en la cual está situada una escuela francesa y en la que residen diplomáticos y otros empleados de esa nacionalidad. Lógicamente, el impacto en Francia ha sido enorme. Dos ministros, el de Defensa, François Léotard, y el de Exteriores, Alain Juppé, viajaron inmediatamente a Argel, en un gesto que recordaba con poca oportunidad la época en que Argelia estaba sometida a la dominación de París.Viaje inútil, incluso contraproducente, ya que las dos versiones de la matanza ni siquiera resultaron coincidentes. En todo caso, el aspecto más discutible de la reacción francesa ha sido sus críticas a los países amigos, sobre todo EE UU, Alemania y Reino Unido, por no tomar medidas de ruptura contra los representantes de movimientos islamistas.

Ese atentado es todo un síntoma de una evolución muy preocupante en el campo del islamismo: la creciente pérdida de peso de sus expresiones más políticas y moderadas en favor de los grupos armados, y concretamente del Grupo Islámico Armado (GIA), el más fuerte y sanguinario. El GIA se proclama enemigo de toda tregua o diálogo; su zona de influencia es muy extensa: Argel y su región, Kabilia, amplios sectores del oeste, hasta las fronteras con Marruecos, y hacia el sur, en las puertas del Sáhara. Pero quizá el fenómeno más significativo es que el GIA ha reclutado a personalidades importantes que hasta ahora defendían la acción política: cuatro dirigentes del Frente Islámico de Salvación (FIS), vencedor en las elecciones de 1991, han hecho pública su adhesión al GIA. A la vez, hay una tendencia de pequeños grupos armados a fusionarse, y así se ha creado el Ejército Islámico de Salvación (AIS), dependiente en teoría de la dirección del FIS.

Esta evolución demuestra que la táctica aplicada por el Gobierno argelino y su presidente, el general Liamin Zerual, de hablar de diálogo, pero no hacer nada serio para que pueda iniciarse, tiene efectos nefastos. Hoy los grupos políticos están completamente desplazados. Zerual habla de reanudar el diálogo el 21 de agosto, pero a lo más que aspira es a entablar conversaciones entre el Ejército y grupos armados islamistas para lograr algún alto el fuego parcial. Pero se trata de tender a objetivos de otra envergadura.

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Si se quiere negociar de verdad, ¿qué sentido tiene conservar en la cárcel a los jefes del FIS, Madani y Benhadj, ganadores de las elecciones de 1991? El intento de contener la marea islamista anulando los resultados de las elecciones de 1991 ha resultado un fracaso total, agravado con el encarcelamiento de sus principales dirigentes. Sin liberar a esos dos líderes, no hay posibilidad seria de diálogo. Éste tiene que basarse en la celebración de nuevas elecciones y en la aceptación de sus resultados, aunque sean favorables al FIS.

Francia, si tuviese una comprensión cabal de sus intereses, y en general de los de la Unión Europea, debería comprender que no hay más remedio que reconocer al FIS el lugar que los electores le den en la política argelina. Tal actitud implicaría sin duda riesgos muy serios; pero sería probablemente la única forma de evitar un caos en el que, al crecimiento de los grupos islamistas armados, se agregaría pronto la descomposición de parte del Ejército oficial.

A Francia no le hace daño que países amigos conserven un contacto con los sectores no terroristas del islamismo; por el contrario, esos contactos serán útiles para facilitar una mediación francesa para ayudar a Argelia a encontrar una situación al infierno en que está cayendo. Lo contrario, utilizar el atentado, como motivo de discordia con los países amigos, sería dar satisfacción a uno de los objetivos de los terroristas.

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