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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La Salve

NO SIEMPRE es fácil distinguir al delincuente del fanfarrón, pero ambas cosas son esos jóvenes que cada año tratan de reventar las fiestas de las capitales vas cas mediante diversos alardes de vandalismo. Los matones que dan una paliza a un ertzaina, lanzan una botella incendiaria contra un coche policial o desalo jan bajo amenazas a los ocupantes de un autobús urbano son, sin duda, bravucones necesitados de reafirmación; pero son también delincuentes, por más que pretendan beneficiarse de una cierta impunidad amparándose en supuestos argumentos patrióticos.Frente a esa pretensión, la policía autonómica vasca está demostrando una notable eficacia en la identificación y puesta a disposición de la justicia de esos brutos con tendencias exhibicionistas.

El pasado año, una grabación en vídeo de la Ertzaintza sirvió para ponerlos ante el espejo. Pudieron verse como son, implacables con el débil, y tal vez se complacieron con ello: nada agrada tanto al violento como comprobar el temor que provoca. Sólo que ahora eso Ya no es gratis. Tendrán que pagar por el placer de verse retratados por televisión. Una juez ha admitido como prueba los vídeos presentados por la Ertzaintza, creando un precedente cuyos efectos ya han comenzado a manifestarse: este año ha habido menos candidatos voluntarios a ser filmados. De todas formas, los ha habido. La procesión cívico-religiosa de la Salve registró este año menos incidencias por la eficaz protección de la policía vasca a las autoridades que participan en ella, pero en enfrentamientos posteriores se registraron 6 detenidos y 30 contusionados. El portavoz de Herri Batasuna en el Ayuntamiento donostiarra ha culpado de los mismos a la presencia de la Ertzaintza, que considera "una provocación", y ha responsabilizado al PNV de colocar a dicho cuerpo policial "en el centro del conflicto político". El mensaje es que, si la policía no interviene, no hay incidentes.

El argumento es insuperable: dos días antes de la Salve, la coordinadora KAS cubre la ciudad de pasquines y llama a dar "una respuesta dura, frontal y directa" a "ese paseíllo institucional, español y fascista". La policía vasca cumple con su deber y protege a la comitiva frente a los vociferantes que apedrean a las autoridades; pero tal actitud demuestra "el empecinamiento en hacer de la Salve una prueba de fuego de su firmeza seudodemocrática", lo cual, a su vez, justifica retrospectivamente el llamamiento a responder con dureza y contundencia, y así sucesivamente.

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Desde hace algunos años, HB no convoca directamente a boicotear la Salve. Lo hace KAS, por ejemplo, que, como todo el mundo sabe, no tiene nada que ver con HB. Pero el mismo portavoz que la víspera había negado "cualquier vinculación con los incidentes que pudieran registrarse" considera tras ellos que su existencia "demuestra la falta de normalidad política". En fin, que confirma la necesidad de una negociación política que permita superar el contencioso, etcétera: lo que, una semana antes, había pedido HB en una manifestación que recorrió las calles de San Sebastián coreando gritos como éste: "Contra la represión, coches bomba solución".

Profesionales y alevines se dividen el trabajo de manera menos espontánea de lo que finge creer cierto amarillismo, complaciente con el radicalismo abertzale. Los grupos de sabotaje que hoy queman una oficina bancaria y mañana dan una paliza -dos ertzainas fueron atendidos en un hospital donostiarra por la que recibieron el lunes por la noche- no forman parte de la memoria de la ciudad y el color de sus fiestas, sino de una concreta estrategia de desestabilización. Según un informe reciente de la fiscalía del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, esos alevines realizaron a lo largo de 1993 un total de 368 actos violentos, con el resultado de 10 personas heridas y daños por importe de 850 millones de pesetas. La Ertzaintza cumple con su deber al identificarlos y detenerlos.

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