Una romería nada ejemplar
Está a punto de partir. Y va repleto de gente rumbo a Woodstock II. Es el expreso de los cínicos, todos con red de atrapar paradojas y escopetas cargadas de sarcasmo. La cacería promete ser extraordinaria: del hippy al yuppy, del idealismo de los sesenta al escepticismo de los noventa, del festival de la inocencia al de la mercadotecnia...Nada se puede hacer contra 25 años de mitificación, pero el Woodstock original no fue exactamente como nos lo han vendido. De hecho, estuvo a punto de pasar a la historia como un grandioso desastre y una estafa masiva. Lo evitó la hija de un directivo del New York Times, de la actitud del periódico, manifestada en una frase implacable: "¿Qué tipo de cultura es la nuestra que puede producir una calamidad tan colosal?". La chica era muy convincente: el siguiente editorial estableció la visión oficial de Woodstock como triunfo de la contracultura y demás.
Desde el principio, había sido un engaño. Joel Roseman y John Roberts, herederos de prósperas familias judías, anunciaron su condición de pardillos en los diarios: "Jóvenes con capital ilimitado buscan oportunidades legítimas e interesantes para hacer negocios". Y cayeron en manos de Michael Lang y Artie Kornfeld, hippies de altos vuelos especializados en explotar el abismo generacional.
Los dos pillos arrastraron a sus socios a la ruina. Incapaces de establecer un perímetro que permitiera cobrar a los centenares de miles de asistentes (muchos de los que habían adquirido entradas por anticipado se quedaron en el camino, atrapados en un atasco monumental), no hubo otra elección que declarar que era "un festival gratuito".Acrobacias financieras
Ya en el primer día, la organización se quedó sin fondos y tuvo que improvisar acrobacias financieras para pagar a grupos muy contraculturales que exigían cobrar antes de pisar el escenario. El caos de las actuaciones se salvó gracias a solistas no programados -John Sebastian, Melanie, Country Joe- que fueron literalmente empujados, "canta o, ocurrirá algo horrible".
Queda la música, oigo decir. Y ni eso: Hendrix se sintió muy frustrado de su concierto, otros muchos se petrificaron ante las dimensiones del público, la mayor parte de las interpretaciones eléctricas debieron ser remendadas en el estudio antes de aparecer en los discos y en la película.
Woodstock sólo puede aspirar a haber institucionalizado ese entretenimiento de fin de siglo que es el festival al aire libre, convocar a docenas de grupos para que toquen de mala manera ante un gentío que apenas puede oirles y que está allí por otras razones. La versión rock de la excursión al campo, la romería moderna. El placer de sumergirse en una multitud y escapar de los padres, que esperan asustados al otro lado del teléfono. Ese fue el encanto del Woodstock de 1969. Sólo que entonces no había ni interesada nostalgia ni comparadores profesionales.
Babelia
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