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El público será la estrella del festival"

A los 24 años, John Roberts planeó una actuación musical para celebrar la inauguración de un estudio de grabación en el pueblo de Woodstock (Nueva York). La empresa en que se vio envuelto definiría uno de los momentos clave del siglo XX, pero para él es una experiencia personal que no desea mitificar. "Mi generación tiende a pensar que Woodstock es algo que cayó del cielo. No saben cómo se hizo, no quieren saberlo", dice Roberts, que se defiende de las críticas contra la orientación comercial del evento conmemorativo del próximo viernes recordando que, en 1969, Woodstock también se montó para ganar dinero. "Si vas a hacer un festival de rock para 250.000 personas y le pides a alguien que asuma un riesgo de 20 o 30 millones de dólares, tiene que ser comercial. Tiene que mantenerse a sí mismo o nunca habrá otro".A pocos días de la celebración de Woodstock 94, Roberts piensa que es el momento adecuado para recuperar el espíritu de comunidad que se gestó en 1969. "Creo que ahora estamos en un momento más cercano que nunca a lo que era Estados Unidos en los años sesenta", dice. "Ahora hay una conciencia social entre la gente joven, un fuerte sentido del voluntariado. Nos estamos mirando de nuevo a nosotros mismos y a problemas como el racismo,

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Woodstock lucha contra la nostalgia

el abuso sexual y la violencia doméstica, que eran temas que se originaron en esa década".

Roberts, que ahora tiene 49 años, dice que la relevancia de Woodstock se ha exagerado para ser utilizada como arma en una batalla intergeneracional: "En Estados Unidos la gente de mi edad está en guerra con los que tienen 20 y 30 años. Les ponemos nombres horrendos como generación X o grunge, les decimos que no son tan buenos como nosotros, que no van a vivir tan bien como nosotros vivimos, que no tienen los ideales que tuvimos y que ni siquiera tienen un momento que les defina, como Woodstock.

Todo esto no tiene sentido y además es ofensivo. En realidad, los jóvenes de ahora tienen las mismas preocupaciones y la misma necesidad de pasarlo bien que teníamos entonces".

"La gran diferencia con los sesenta es Vietnam", añade. "Hoy no existe una gran polémica de escala internacional de ese tipo, pero sin embargo está el tema del sida. Más jóvenes van a morir de sida que los que murieron en Vietnam. No tienen que viajar 20.000 kilómetros; pueden cogerlo a la vuelta de la esquina".

Al igual que los otros dos socios fundadores de Woodstock, Michael Lang y Joel Rosenman, John Roberts rehúye las palabras grandilocuentes y las previsiones de tipo mitológico, y por eso no quiere ni pensar en qué se convertirá el concierto. "Esa es la gracia del festival, que cuando juntas todos estos elementos y pones a toda esta gente junta, ellos te lo dirán", señala. "El público será la estrella del espectáculo. Si tú les dices a ellos quiénes son o quiénes deben ser, entonces no les interesa. Puede que esta gente sólo disfrute de un fin de semana de música. Puede que dentro de unos años se vea a Woodstock 94 como el comienzo de algo, o como el gran momento de algo, no sé de qué. Si me hubieran preguntado esto mismo en 1969, justo antes del concierto, tampoco lo hubiera sabido. Sólo sabía que la gente venia a pasar tres buenos días de paz y música".

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