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"Aquí estamos tan refugiados como ellos"

Enric González

La ayuda española a la tragedia ruandesa tiene muchos nombres, muchas caras, muchas lágrimas secretas. La palabra Buhimba puede resumirlo todo. En Buhimba, a unos 25 kilómetros de Goma, acaba de instalarse un orfanato gracias al impulso éspañol Dentro de la inmensa porquería, de la mortal ponzoña que ha anegado la región del Alto, Kivu, Buhimba es un lugar pulcro, decente, donde la pena aún puede aspirar a ser limpia. Los primeros 220 niños, de entre cuatro y 15 años, ya están instalados en las tiendas blancas de Unicef. En poco tiempo serán 2.000.Dos hermanas de la caridad cuidan, desinfectan, alimentan y sonríen a las, más pequeñas víctimas del desastre de Ruanda. "Aquí- estamos tan refugiados como ellos", dice la hermana Amparo Gómez, sonriente, falta de manos para tantas cabezas a acariciar. Sor Amparo estuvo 15 años en Ruanda y formó parte del éxodo hutu. Ahora vive en una de las tiendas de Buhimba, un descampado volcánico bajo un sol inclemente, humanizado por el esfuerzo de un puñado de héroes. Sor Amparo" que tiene un carácter de aúpa, le pasa una lista a Jesús Jáuregui, de Cáritas: "Necesitamos todo esto, tú consigue lo que puedas". Pantalones, cuencos, ollas, sorgo, alubias... Hace falta de todo, y Jáuregui dice que sí, que hará lo posible.

El padre Gabriel Serrano, un veterano de Goma, vive ahora en Brazzaville, pero se ha cogido vacaciones y ha venido a ayudar. "Esto es lo del sabio y las hierbas. Yo pensaba que en Brazzaville estábamos muy mal, pero no hay nada comparable con esto", musita. Marta Darder, una farmacéutica madrileña de 27 años, recién llegada a Goma con otros tres españoles de Farmacéuticos Sin Fronteras, inspecciona el exiguo almacén y hace una relación de necesidades. 'Tendréis toda la ayuda que podamos dar, y aun más", promete Juan Ángel Bartolomé, el coordinador sobre el terreno de la agencia española de Cooperación Internacional, tan emocionado como cualquiera.

Pasa el pobrecito loco, y todo el mundo calla. El loco no tiene nombre ni palabras. Arrastra sus cuatro o cinco añitos por el pol vo volcánico y va dando golpes con un palo. No reacciona ni puede explicar su angustia. El pobrecito loco, un subnormal, tendrá que irse a otro orfanato con su palo, sus harapos, sus moscos y sus moscas. Aquí es un problema para los demás niños, que bastante tienen con lo suyo. Así son las cosas en Goma.

Hay que concentrarse en otros críos, como Ángel, de la misma edad que el loco. A Ángel le reventó una granada bajo el vientre, y un médico, en alguna parte, no pudo retirar toda la metralla. Queda metal en su cuerpo, y el costurón del cirujano, del cuello hasta el pubis, está hinchado e infectado. Juan Ángel Bartolomé, que es médico, examina la cicatriz. "Debe sufrir muchísimo", murmura, y el niño, en su delirio de fiebre, sigue andando en tomo a las tiendas.

Los críos mayores lavan a los más pequeños, mientras tres obreros zaireños se desuellan las manos cavando una letrina en la roca volcánica, y un técnico alemán prepara un depósito de agua. Un cocinero ruandés prepara el rancho del día en un gran bidón de combustible: lentejas hervidas en agua, una comida que no entusiasma a los chavales. "Les gusta más el sorgo, pero de eso no hay", explica sor Juliana, de camino a la tienda de los enfermos.

En la penumbra de la tienda están el cólera, la disentería y, agazapada en un rincón, la muerte. "Y aun así, a éstos les ha tocado la lotería", dice Bartolomé. Quien haya estado en los pudrideros masivos de Katale o Kibumba, donde agonizan 750.000 almas, sabe que es cierto.

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En Buhimba se habla español, y el esfuerzo, las medicinas y el dinero vienen de España, pero a Jesús Jáuregui no le gustan "los protagonistas nacionales. Yo soy de Cáritas Internacional", dice, "y, cualquiera de nosotros es una persona que intenta. ayudar a otras. Con eso basta".

En la frontera de Zaire con Ruanda, en el corazón del horror, empiezan a chocar los sentimientos humanitarios, las organizaciones de cada país y la política internacional. La Agencia Española de Cooperación Internacional está dispuesta a respaldar la creación de un campo de refugiados sobre el modelo de Buhimba, más pequeño, manejable y humano que el espanto de Kibumba.

Los terrenos los ceden los padres carmelitas, la agencia pondría la infraestructura, Médicos del Mundo-España pondría la asistencia sanitaria, y Cáritas, el trabajo social (búsqueda de la familia de niños perdidos y tareas similares).

Pero el Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) se opone a la creación de campos mejores y más pequeños, como piden casi todas las organizaciones humanitarias. El ACNUR quiere que los campos sean lo bastante terribles como para que los refugiados prefieran volver a Ruanda.

Y, sin embargo, los refugiados no quieren volver. Tienen miedo, y no regresarán a Ruanda en un futuro previsible. Pronto llegarán las lluvias, y si las instalaciones no son mejores, el mundo constatará, atónito, que incluso el horror puede ir más allá.

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