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Cestona: Balneario

Lo que importa es la salud", don Bartolomé...Dice un folletito, color amarillo oscuro y feo, con foto y leyendas que intenta promocionar a una cadena de hoteles de rumbo: "Descanse, relájese, trabaje, exponga, reúnase, cásese, diviértase, coma, conozca, visite". El folletito vivía su último respiro abandonado y pisoteado en el suelo arenoso de la estación de servicio dicha Arriceta, plantada en la autopista Donostia-Bilbao, a pocos kilómetros de Cestona. Nosotros recogimos el folleto, lo limpiamos, lo leímos, lo doblamos amorosamente, y listo: al bolsillo de atrás del pantalón.

En Arriceta repostan o hacen un alto mayormente 275 coches, autos todoterrono, furgonetas, caravanas, matriculados en Francia 201 de los cuales. Los franceses, y otros colegas del estío, comen bocadillos, beben a morro agua en botellones de plástico; hay niños que duermen sobre el césped verde de Arriceta, mientras sus padres, tumbados, espachurrados, ansiosos, miran al infinito con sus ojos de pez cocido, sin decir ni mu, sin mirarse entre ellos. Todos van de compras a los grandes almacenes del sol de la Costa del Sol, o similares.

Por fin Cestona, Cestoa en lengua vernácula, que cuadra más poético, o más nostálgico, no se sabe. Y va para dos siglos, (en el año 2002) el balneario de Cestona se instaló en la hondonada que forman el monte Ertxina, el Endoia y el Izarraitz. En su día, el Seminario Patriótico de Vergara, analizó y dijo de las aguas que remedian la mala digestión y benefician el riñón: tienen mucho ácido atmosférico, siete ochavas de sal marina, tres ochavas y seis granos de selenita, 24 granos de tierra caliza, una ochava y 28 granos de sal marina caliza y un algo de sosa cristalizada. En los años cincuenta se contaron 14 balnearios en Guipúzcoa; pero el boom económico de los años sesenta descubrió el sol y los balnearios se fueron al carajo. Pero ya retornan: la borrachera de sol, el espasmo del rock and roll, el estrés del ejecutivismo, claman la paz, el silencio y la sombra centenaria de los robles, hayas, tilos, pinos y cedros que cortejan al balneario de Cestoa, monumento belle époque que deja la boca abierta recorriendo sus pasillos de cinco metros de ancho, y más se abre aún sentándose en el gran comedor semicircular -a imagen y semejanza de su homólogo del Gran Hotel de París- enriquecido por ventanas ojivales y rasgadas que por el día inundan de luz el lugar, iluminado, de noche, por la magia de reverberos eléctricos.

Subiendo por la gran escalera del vestíbulo, zona noble y generosa como la leyenda de los palacios, siéntese en el cuerpo el cosquilleo de la grandeza. Con grifos en el lavabo de las habitaciones, moqueta y tonos a tima hornada de la modernidad, la belle époque restaurada en 1896 se ha vestido de novia del siglo XXI. Los pasillos de tabla de roble dé antes, las barandillas, la sala de sociedad, la de lectura, la de teatro, la de televisión, las mesas enmoquetadas de juego, los 52 empleados que sonríen..., todo es el placer de hoy, y un susurro de lo que fue el balneario cuando Biarritz-San Sebastián-Cestona eran los vértices del triángulo de la buena vida, del descanso y del encanallamiento disfrazado de fiesta que pide el alma.

Por aquí pasé Juan Belmonte, el terremoto de Triana que, un día de los años sesenta, fue a misa, volvió al hogar, le escribió una carta de amor a su criada y se pegó un tiro rotundo. Belmonte fue gran amigo de Ignacio Zuloaga, el pintor de Zumaia; montaron una plaza portátil para divertirse y el primer novillo empitonó a Belmonte, que dio en el balneario, donde una señora aún recuerda su mala uva. Franco celebró aquí un Consejo de Ministros; el banquero Ignacio Vilallonga era cliente, como el cardenal Segura y Pastora Imperio... Hoy hemos cenado con los agüistas. Y nos hemos dormido leyendo dos revistas del, corazón, Hola y Diez minutos; esta última revela que Carmen Sevilla está construyendo su propia tumba a pocos metros del mausoleo, de Paquirri. Que Dios se lo pague.

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