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Un defensor de la Constitución

El viernes perdimos un fiel servidor de España y de su Constitución, asesinado por ETA. El teniente general Francisco Veguillas Elices, director general de Política de Defensa, moría en un atentado brutal e injusto. Junto a él caían su conductor, su amigo Joaquín, y un trabajador que coincidió en el lugar. Retratar al general Veguillas, El Viejo Mariscal como cariñosamente se le conocía en el ministerio, no resulta sencillo, dada su rica y atractiva personalidad. Era un hombre inteligente, decidido, trabajador y, sobre todo, de nuestro tiempo, siempre tratando de adelantarse a los acontecimientos. Siendo joven oficial, a finales de los años cincuenta, comenzó a visitar otros países en los que comprobó que la libertad de sus sociedades les hacía tolerantes y les permitía vivir sin los rencores, larvados o exhibidos, que él conoció en la España de la posguerra.Sin duda, estas primeras experiencias le permitieron después contribuir intensamente a la apertura de nuestros ejércitos al exterior. Recordaba frecuentemente sus primeros destinos con los generales Díez Alegría y Gutiérrez Mellado, en el entonces Alto Estado Mayor, para que sus compañeros contrastaran su formación con la que recibían los militares en West Point, de Sandhurst o Saint-Cyr. El decía que no había diferencias entre quienes elegían la carrera de las armas, fuera cual fuese la nación a la que defendieran, salvo que les imbuyeran ideas equivocadas.

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Su espíritu viajero no se había rendido a sus casi 69 años, y soportaba estoicamente largos vuelos para negociar en Washington, en Moscú, en Rabat o en Bruselas. Quienes estuvieron a sus órdenes en la primera etapa de su destino en el Ministerio de Defensa, como director del gabinete militar del ministro, le identifican comprometido en la modernización de nuestras Fuerzas Armadas. Fue uno de los artífices de las reformas que han conducido a que los ejércitos se reencontraran con nuestra sociedad.

Cuando llegué al Ministerio de Defensa, en 1991, era director general de Política de Defensa y tenía detrás la negociación de los Acuerdos de España en la OTAN, el Nuevo Tratado de Amistad y Cooperación con los Estados Unidos y los primeros contactos con los ejércitos del Pacto de Varsovia. Nos entendimos desde el primer día.

Últimamente estaba especialmente dedicado a llevar a los países del centro y este de Europa las ideas renovadoras de los ejércitos de la España democrática. Antes había propiciado que esas mismas ideas se difundieran en Iberoamérica. Con su inapreciable intervención preparamos la participación española en las operaciones de paz y de ayuda humanitaria de los últimos años. Desde el mundo internacional saltaba al nacional sin dificultad: hace dos semanas seguíamos la participación militar en los incendios forestales. Leía infatigablemente y le gustaba regalar libros. Los últimos que dé él recibí fueron unos relatos de Walter Benjamin y las Máximas y reflexiones de Goethe.

El teniente general ha sido asesinado por todas estas circunstancias. Por querer hacer de España, desde una profunda humanidad, una nación moderna y de sus ejércitos una institución con talante abierto, eficaz e inquieto.

Julián García Vargas es ministro de Defensa.

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