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La simiente del fundador

Antonio Elorza

A principios de los ochenta, si alguien deseaba comprobar las ambivalencias del eurocomunismo a la española, no tenía más que asomarse a la fiesta que anualmente celebraba el Partido Comunista de España en la Casa de Campo. Allí, dos pabellones extranjeros, cara a cara, en situación de privilegio, informaban al visitante de la doble fidelidad a que se atenía el jefe supremo del comunismo español. Uno de ellos era del Partido Comunista Italiano, representación del comunismo democrático. Enfrente, el pecé de Corea del Norte, encarnación de una dictadura comunista encabezada por un líder carismático, delirantemente carismático, Kim II Sung, el gran amigo de Santiago Carrillo. Las malas lenguas, hablaban de concesiones comerciales o de la satisfacción que a nuestro secretario general le procuraban los recibimientos con honores de jefe de Estado. Más concreto, Fernando Claudín explicaba el flechazo entre ambos líderes, como el que surgió entre Carrillo y Ceausescu por el paralelismo de dos personalidades autoritarias, apegadas a una concepción de comunismo nacional liberado de la tutela de las dos grandes potencias del campo socialista, la URSS y China, y que tuvieron que atravesar momentos difíciles para asentar en los años cincuenta sendos liderazgos indiscutibles. Desde el primer encuentro en 1969, Carrillo se deshará en alabanzas hacia Kim: Corea del Norte era la Suiza de Oriente. En sus recientes memorias, al llegar al personaje, detiene el relato y lanza una cascada de elogios hacia el Gran Líder, impulsor del bienestar, la paz y la reunificación de su pueblo.Hay, pues, un elemento significativo en la trayectoria política de Kini II Sung que concierne al funcionamiento del poder en el interior de los sistemas comunistas tras la consolidación estaliniana. En el límite, la cadena de sustituciones que lleva del protagonismo del proletariado al del partido, de éste a sus órganos de dirección, y de los mismos a un poder personal, sacralizado, cuasi monárquico en su ejercicio, aparece como consecuencia lógica del establecimiento de los comunismos nacionales. Como comprobación del principio de que iniciando la vuelta al mundo por la extrema izquierda, se va a parar a la extrema derecha, el caso norcoreano ha sido la muestra lograda de cómo una dictadura del proletariado puede desembocar en el establecimiento de una dinastía roja. Simplemente, Kim II Sung triunfó allí donde fracasaron sus colegas Ceausescu y Jivkov. Aún recuerdo los esfuerzos de los ideólogos oficiales búlgaros, hacia 1980, para probar la importancia del código genético en la determinación del carácter revolucionario de Lenin, a fin de fundamentar la posible sucesión de Jivkov por su hija predilecta, a la que pronto se llevaría la muerte. El caso de la frustrada dinastía Ceausescu es también de sobra conocido.

Deificación

El grado de deificación alcanzado por el culto a la personalidad prestado a, y exigido por, el fallecido dictador a sus súbditos, encuentra raíces propias, amén de la influencia maoísta. No en vano se alude en Corea del Norte a la integración del comunismo con el zhuché, las formas de organización y poder específicas del pueblo coreano. En ese cuadro mental, ocupaba un lugar destacado el mito de Tan'gun, El Señor del Abedul, hijo del dios del cielo, rey que ordena los fenómenos de la naturaleza y enseña a los hombres la agricultura,. la moral y la ley. Sería el antepasado de todos los coreanos y el soporte de una existencia nacional anterior a la de Japón. Un buen día se abrió el cielo y bajó el rey-dios para establecer la comunidad de coreanos. En la falsa secularización comunista, Kim II Sung se autodesignó para suplantar como fundador al viejo dios que desciende a la tierra. Ahora podrá comprobarse si desde su estatua dorada es capaz de transmitir su dominio, cargado de sacralidad, al heredero silencioso y disipado.

Con razón apuntaba Carlos Marx que en ese tipo de relaciones comunitarias, aparentemente idílicas, se hallaba la raíz del despotismo oriental; mal podía imaginar que acabarían fundiéndose con su legado político.

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