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Qué hacer mientras se lee un libro

Juan Cruz

Hay un póster junto a la cama dónde vivió Juan Carlos Onetti durante los últimos 12 años de su vida en el que aparece leyendo El pozo, uno de sus libros más celebrados, el portero del Nacional de Montevideo mientras se desarrolla el juego en el área contraria, probablemente la del Peñarol. -El que encargó la fotografía -y la campaña de promoción de la lectura que la incluía- es ahora el director del Instituto del Libro de Uruguay, José Luis Murguía, que estuvo el otro día, en Granada, en el congreso de los editores españoles. Allí reveló ante nuestro interés por esa foto que tanto amaba el viejo maestro, que en realidad el documento estaba trucado, que al guardameta le fue solicitada la pose y que lo único que era verdad en aquel retrato era la intención de convencer a la gente de que cualquier momento es bueno par leer un libro. Onetti reverenciaba aquel póster, que según él le compensaba de no tener el Nobel; y bajo ese póster desde luego que leía el autor de El pozo. Leía de todo, pero sobre todo, naturalmente, leía novela negra, y se reía de sí mismo y de todo lo circundante, porque tenía la ironía para hacerlo y también la fuerza moral para que no se le reprochara. Ahí le dijo a una sorprendida periodista francesa, que aparentemente se fijaba en su único diente, que su verdadera dentadura, espléndida, se le había prestado a Mario Vargas Llosa; allí inventó la metáfora, seguramente destinada a que la escuchara Gabo y se riera con él, de que a poco de comenzar Cien años de soledad ya le resultaban de plomo las mariposas, y es probable que nunca contara ni esas ni otras cosas, pero recuerdo también sus reflexiones jocosas sobre la vanidad de los escritores y la vanidad de, todo el mundo, por otra parte.Leía de todo Onetti, pero hacía pocas cosas cuando leía: tomaba Whisky, como todo el, mundo sabe, que era un whisky que duraba eternamente, no vaya a pensar la gente que Onetti era un bebedor compulsivo, un hombre con prisa para nada: por eso vivió tantos años; y fumaba, fumaba con la delectación parsimoniosa de los personajes malos del mejor cine negro. A él lo que le extrañaba es que la gente, como aquel portero de fútbol, pudiera hacer cosas mientras leía; ir a la playa o mirar de reojo la televisión -que él no tenía en su cuarto eterno-. Luis de Pablo, el músico, odia la expresión "música de fondo", porque la música es total, de, fondo, de superficie y de forma. Con la lectura debe pasar lo mismo, parece que creía Onetti. Pero se pueden hacer muchas cosas mientras se lee un libro, y eso es lo que quería decir el Instituto Uruguayo del Libro, igual que lo han dicho las autoridades norteamericanas que se dedican al fomento de la lectura: Tom Cruise, Roxeanne y otros valdanos o butragueños de la vida pública estadounidense le están diciendo a sus compatriotas que mientras se lee un libro puede surgir una idea, calmarse una soledad, uno puede viajar en, metro o en tren, puede masturbarse, puede pensar que es el autor del libro, o el protagonista, puede beber, puede sentirse libre, o desgraciado, o vivo.

En España nos sumergieron hace dos años en la creencia de que, en efecto, quien no leía se perdía lo que se pierden los monos, y fue justamente un mono el personaje elegido para conducimos a la lectura. Cambió la administración y el mono se quedó triste y cargado de títulos, solitario, en las vallas de las carreteras de España; luego Hacienda recortó el gasto público y el dinero de la promoción de la lectura se achicó tanto que ya sólo podía recurrirse a la buena voluntad y a la imaginación. La televisión pública anunció que pondría el libro en su parrilla, y en efecto lo puso y terminó asado: de madrugada, como un oscuro objeto del deseo, condenado a la soñolencia y, en seguida, a la desaparición. Los directivos de la casa han explicado que no hay audiencia para un programa de libros y que por tanto, en aras de la eficacia presupuestaria no se puede sostener una emisión así. Ahora no hay ni mono ni tele. La televisión es -o debería ser, como decía el editor Jordi Herralde esta. semana en su curso de El Escorial- el gran librero del XXI, que use su poder para fabricar un nuevo modo de paciencia, de tolerancia y de cultura. Pero se resiste Juan Goytisolo, que venía el otro día fascinado de Francia: televidente ocasional, se había quedado cuatro horas prendido de los programas de Arte, el canal cultural europeo. Y estaba indignado con la dejadez con la que los medios públicos españoles abordan la cultura, y recordaba una anécdota de los s sesenta soviéticos, cuando se extrañó de que no se hubiera traducido allí Tiempo de silencio, la novela de Luis Martín Santos. Y esta fue la respuesta que las autoridades de la ahora extinta URSS le dieron a Goytisolo:

-Es que nuestros lectores no la entenderían.

-Aquí -dice ahora Goytisolo- sé parte de la base de que todo el mundo es tonto y de que hay que castrar por decreto toda inquietud cultural.

Hay unos datos oficiales que parecen que van a aparecer pronto y que afirman que el 87% de los hogares españoles tiene libros y que una de las siete personas encuestadas ha leído un libro alguna vez. Lo cantaba Fernando Savater, feliz porque su libro La infancia recuperada es el primero en ventas de no ficción en Italia: "Hay que leer para abrirse al mundo ( ... ), para aumentar nuestro espíritu crítico, par no dejamos entontecer por la televisión".

A lo mejor ahí está la madre del cordero: que se pueden hacer multitud de cosas mientras se lee un libro, incluso jugar como portero de fútbol, pero no se puede ver la televisión, y ahí le duele al gran medio.

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