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Reportaje:

Vivir entre los muertos

Los guardeses jubilados del cementerio civil viven allí desde que se hicieron novios

Antonio se enamoró de Consuelo entre las tapias del cementerio civil, el camposanto anejo al de la Almudena donde los entierros no siguen el rito católico. Ocurrió "sobre el año 50", y ella era la hija de los guardeses del lugar. Entonces, a sus 20 años, Antonio Hidalgo, que ahora tiene 64, trabajaba como fontanero en la Almudena. A partir de ese momento, cualquier acontecimiento de su vida ha estado ligado al recinto umbroso donde yacen -desde 1884- los cuerpos sin vida de alemanes adinerados afincados en Madrid, judíos, ateos... y hombres y mujeres ilustres de la política y las letras. Llevan una vida entre sepulcros... Y tan a gusto. ¿Miedo? "¿De qué?", se pregunta Antonio. "Pero ¿usted ha visto levantarse a algún muerto? Eso sólo pasa en las películas de Ibáñez Serrador".Ni siquiera le temblaban las piernas cuando hace años tenía que guardar de noche un cuerpo en el depósito, actualmente fuera de uso. Y para colmo, hasta el botijo con el agua fresca lo ha colocado todos los veranos en las escaleras que conducen entre mármoles al sepulcro de Nicolás Salmerón, donde, según cuenta, hay 18 cuerpos enterrados, incluidos dos de los criados de la familia. "Es que se conserva muy bien el agua", explica sonriendo.

Antonio dice del cementerio: "Es la finquita nuestra. Cuido las flores y las tumbas de quien me lo encarga, y así me saco un dinerillo extra. Prefiero esto a un hospital, donde ves tanto sufrimiento". Y añade: "Aquí no se queja nadie". Se jubiló. hace cuatro años, pero Antonio, no abandona el sitio donde su esposa vive desde niña. No le entra en la cabeza la idea de mudarse a "la ciudad". Y lo justifica así: "Las calles si que me dan miedo".

Mientras los responsables municipales lo permitan continuarán allí, en la casita del guarda, junto a los padres de Consuelo, casi centenarios, y un cuñado. No tienen hijos. Ni para morir les hará falta mudanza. Las tumbas de la pareja ya están reservadas.

Cuando se casaron, en 1954, Antonio y Consuelo se instalaron en el cementerio, con los padres de ella. Antonio continuó sus labores en la Almudena. Cuando se jubiló su suegro, Antonio pasó a hacerse cargo del cementerio civil.

Ministros, presidentes y sindicalistas han pasado por delante del guarda para visitar el camposanto: "Felipe González, cuando no era nadie", pone de ejemplo. Pero Antonio no entra en discusiones políticas. Le basta con cuidar las lápidas y caminar bajo los cipreses. Aunque recuerda un momento más emocionante que ninguno: el traslado al cementerio civil en 1978 del cuerpo de Francisco Largo Caballero, el dirigente socialista. Montones de personas custodiaban la puerta con banderas republicanas. Antonio cuenta que ayudó a Felipe González a salir por el cementerio judío, junto al civil, para huir del tumulto.

En su memoria hay también un hueco para el entierro de Pío Baroja, en 1956. Le impresionó el grupo enorme de estudiantes que marchaba junto a la tapia del cementerio formando una flecha, para señalar dónde iba a ser enterrado el maestro. Cuando muestra el cementerio a un visitante, Antonio hace una parada casi obligatoria: ante la tumba de Leoncio Meneses, hijo de los fundadores de la empresa Plata Meneses, donde reza esta inscripción: "Nada hay detrás de la muerte". Y la señala muy serio.

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