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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un fiasco con dos culpables

EL ENCUENTRO del jueves entre Felipe González y José María Aznar ha resultado un fiasco. Un fiasco sin paliativos, porque era el primero que se celebraba después de las elecciones del 12-J: éstas inauguraron una difícil y fluida fase en la que resultan imprescindibles unos acuerdos mínimos que desbloqueen la situación política, cercana a la parálisis, en que se encuentra España. No ha habido acuerdos. No ha habido desbloqueo. No ha habido distensión. Luego, el encuentro ha sido un fracaso, por mas que desde La Moncloa se afirme angélicamente que ha constituido un "hecho positivo". No hay ningún hecho; acaso un gesto ritual mínimo -el del mismo encuentro-, pero de entidad absolutamente inferior a lo que la situación requería.Alguna de las circunstancias de la reunión ha re sultado hasta patética: véase si no la muestra de desconfianza enfermiza que supone llevarse a la sede de la Presidencia del Gobierno, como hizo Aznar, su propio equipo de sonido, para no usar los equipos técnicos allí existentes y que, como es lógico, están a disposición de todo el mundo.

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¿De quién es la culpa? Naturalmente, de los dos protagonistas. Del presidente del Gobierno, en primer lugar, quien en su aparente timidez por sugerir acuerdos parece haber actuado como si nada hubiese ocurrido el 12-J. Hay que insistir en que el último veredicto de las urnas no ha restado legitimidad al Gobierno para seguir. gobernando hasta tanto no se convoquen elecciones generales. Pero al mismo tiempo, los resultados de esa convocatoria exigen alguna actuación política (moción de confianza, coalición, cambios en el Gabinete...) a la altura del gigantesco viraje de desafección registrado en el electorado. Nada de ello ha ocurrido. Y así, todo indica que Felipe González sigue actuando como si nada hubiera cambiado, pendiente sólo de sus acuerdos no solemnizados con CiU y con la mirada puesta en superar la presidencia española de la Unión Europea, en el segundo semestre de 1995.

Igualmente, José María Aznar parece encastillado en autoconsiderarse ya investido como presidente electo, olvidando que esa probabilidad sólo será efectiva cuando gane unas elecciones legislativas y pueda formar una mayoría parlamentaria suficiente. Este requisito complementario parece mucho más en el alero a tenor del carácter tormentoso que viene imprimiendo a las relaciones con sus eventuales aliados del centro-derecha nacionalista. Cierto que debe reconocerse hoy a Aznar un papel, más relevante que antes del 12 de junio: pero por eso mismo resulta cómico que éste no pudiera explicar el objeto del encuentro -"si es que ha tenido alguno", como apostilló-. Los políticos de talla saben encontrar objetivos, hacer propuestas viables y capitalizar encuentros, incluso cuando sus interlocutores les invitan a una charla presuntamente de café. Con más motivo los aspirantes a la presidencia del Gobierno.

De modo que tampoco Aznar parece haber sacado las conclusiones lógicas de su reciente victoria. Si su única propuesta se condensa en la manida consigna del que se vaya (González), naturalmente que el diálogo con resultados es poco menos que un imposible.

Los dos protagonistas deben volver a intentar el diálogo. Para llegar a compromisos hacederos, aun mínimos, sobré: 1. El funcionamiento del Estado, que ponga fin al bloqueo del Consejo del Poder Judicial, ya incapaz de reunirse, o a la inacción de otras instituciones. 2. La política europea, poniendo fin a la estéril dialéctica de presuntos mendicantes contra presuntos ignorantes. 3. El reajuste de la estructura del Estado, incorporando al PP a los grandes acuerdos autonómicos y rompiendo así tanto la opacidad que preside las relaciones entre el PSOE y los nacionalistas como la peligrosa escalada verbal de los conservadores contra CiU y el PNV, de presumibles efectos disgregadores. 4. El establecimiento de un horizonte acordado para, la duración y desarrollo de esta legislatura.

Si los líderes del PSOE y el PP reiteran con sus actos su actitud inmovilista y siguen demostrando su incapacidad para encontrar ese mínimo terreno de encuentro que haga asumibles y enriquecedoras sus diferencias, entonces vienen obligados a emprender

acciones, parlamentarias eficaces. La presentación de la cuestión de confianza por parte del Gobierno, o la moción de censura por parte del Partido Popular. Todo lo demás es marear la perdiz y erosionar la frágil estabilidad presente o sembrar dudas sobre la gobernabilidad futura.

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