Los motores de Europa
¿Es posible que Alemania sea el motor de la integración europea que impulse a la Comunidad de Bruselas hacia los objetivos del futuro: unión monetaria, unión política y un circulo de miembros en continua expansión?La cuestión halaga a los alemanes. Reconoce su deseo auténtico de avanzar la causa europea, lo que demostraron (una vez más) el pasado 12 de junio con su clamoroso sí a la Unión Europea; reconoce su compromiso tanto con la ampliación como con la profundización de la Unión Europea; e insinúa que cuentan con la voluntad, el dinero y la influencia para que Europa se ponga en movimiento más rápida y resueltamente.
Una cuestión halagadora, pues, pero aun así engañosa. La respuesta sólo puede ser un no rotundo, por tres motivos.
Primero, Europa no es un vehículo impulsado por un solo motor. Necesita muchos motores que generen la energía suficiente para impulsar la Unión hacia adelante. 0 bien, para utilizar otra metáfora: Europa no es una orquesta sinfónica que obedezca a un director dominante: es más bien una orquesta de música de cámara en la que cada miembro tiene que integrarse en la armonía conjunta sin someterse a ninguna batuta.
En segundo lugar, aunque 340 millones de europeos estuvieran suspirando por el liderazgo alemán -que no lo están-, Alemania no podría estar a la altura de ese puesto. Con la reunificación ha ganado peso y ha perdido fuerza. Es el único país del mundo que se ve acosado simultáneamente por los problemas del Este y los problemas de Occidente: se enfrenta a la doble tarea de reformar la economía de mercado social de la antigua República Federal y de transformar la economía comunista de la antigua República Democrática. La unificación económica ha resultado ser mucho más difícil y costosa de lo esperado. Año tras año transferimos aproximadamente 180.000 millones de marcos a la zona oriental del país, la mitad de los ingresos totales por impuestos.
Esto, literalmente, grava los recursos de Alemania al máximo. Durante lo que queda de siglo tendrá que prescindir de sus antiguos puntos fuertes: un excedente de cuentas corrientes elevadas, una deuda pública reducida y un capital de exportación considerable. El excedente de cuentas corrientes cayó de, 108.000 millones en 1989 a 40.000 millones el año pasado; en el mismo periodo, las demandas federales de créditos netos se dispararon hasta 75.000 millones; y ahora el país está absorbiendo el capital extranjero como si fuera una aspiradora gigantesca.
No cabe duda de que ésta es una situación temporal. De aquí a 10 años Alemania habrá salido del agujero. Pero hasta entonces es una nación en situación de inferioridad. Ya no es lo suficientemente rica como para comprar progreso con marcos alemanes; más bien se ha unido a los que hace n cola para recibir ayuda de los eurocofres: un ceñudo competidor para recibir fondos, no un alegre contribuyente. "Quiero que me devuelvan mi dinero": este grito está destinado a resonar más y más fuertemente en Bonn.
En tercer lugar, al final de un siglo en el que la búsqueda de preponderancia de la nación sobre el resto del continente provocó por dos veces una guerra europea, los alemanes evitan los proyectos de hegemonía. Durante los 35 años transcurridos desde la fundación de la Comunidad Europea han aprendido que cualquier asomo de predominio -gaullista, thatcherista, el que sea- tambalea mas que estabiliza la base europea. Por tanto, siempre se puede contar con Alemania para que mueva, no para que agite, pero sus dirigentes saben muy bien que no pueden mover a Europa hacia adelante por sí solos. Necesitan aliados.
Sopesen estos tres puntos.
Y consideren la lección igualmente profunda que nos ha enseñado la historia durante las últimas cuatro décadas: la lección de que nada se mueve en Europa a no ser que Francia y Alemania vayan a la par. Por esta razón, la cooperación franco-alemana sigue siendo el prerrequisito indispensable del progreso. Por supuesto, la base del progreso tiene que ser más amplia que todo eso, a no ser que se desee que salte la sospecha de que la íntima asociación de franceses y alemanes sirva sólo para un condominio carolingio inaceptable para la mayoría de los restantes miembros de la UE. Por si no fuera suficiente, el asunto Lubbers dio recientemente oportunidad de insistir más sobre la cuestión.
La Unión Europea parece un móvil ingenioso: guarda el equilibrio cuidadosamente entre potencias pequeñas, medias y grandes, es sensible a cualquier soplo de viento, pende precariamente de un gancho forjado de algo no más tangible que una gran idea. Si el gancho. ha de mantenerse, no se puede romper el delicado equilibrio.
La idea de un motor único crearía precisamente el tipo de alteración que deberíamos evitar. Lo que la Unión Europea necesita es una multitud de acuerdos que se entrelacen y solapen para que refuercen el equilibrio en lugar de hacerlo perder. Los intentos de armonización como el que han iniciado Alemania, Francia y España -que ocuparán sucesivamente la presidencia de la UE de aquí hasta el final del próximo año- son más prometedores que cualquier modelo de una Europa monomotorizada. La, armonización funciona. La Unión con un solo motor pronto empezaría a chisporrotear y a calarse hasta parar.
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