El bosque desencantado
Pedir autorización para pasear por un bosque es algo así como concertar una cita con la mujer (o el hombre) que amaste anoche a través de tu secretaria. Se pierde el encanto. Pues eso es lo que ocurre con el hayedo de Montejo, que uno tiene que apuntarse en una lista con semanas de antelación -precisando el día, la hora y el número exacto de acompañantes- y cuando le llega su turno, caminar durante 90 minutos justos en fila india por un sendero obligatorio detrás de un guía de la Agencia de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid. Una pesadilla digna de Ray Bradbury.El afán por preservar las rarezas -sin duda, uno de los hayedos más meridionales de Europa lo es- parece ser que justifica cualquier medio, incluido el de ponerle puertas al campo. Pero lejos de disuadir al personal, que sería lo lógico, las vallas y los permisos lo excitan, y ahí están para demostrarlo los tiranosaurios turbo que los fines de semana convierten la población de Montejo en una especie de terminal serrana de la Estación Sur de Autobuses.
Domingo ecológico
Antes de que se desatase la fiebre del domingo ecológico -de lo cual no hace ni un lustro-, Montejo era descrita por las guías como la Nueva York de la sierra pobre, "una auténtica capital que dispone hasta de médico, cura, panadería, bar bien surtido y autobús diario con Madrid". Salvo el sacerdote, hoy todo esto se halla multiplicado por cinco, y además hay que sumarle un mesón-asador, un Centro de Recursos de Montaña, varios alojamientos turísticos y docenas de chalés para solaz del capitalino y de su prole.De los tiempos en que Montejo era, cabecera del cuarto del Rincón, representando a Prádena y Horcajuelo, sólo, quedan en pie la iglesia de San Pedro, con su airosa espadaña y sus gruesas campanas -"quarenta y nueve y medio reales por tocar a Nublo" cobraba el sacristán siglos ha-; numerosas casas de piedra sin labrar, separadas a regañadientes por callejuelas de dos palmos de ancho; y unos cuantos abuelos que ven pasar los autocares sentados en los troncos que hacen las veces de bancos a la puerta de sus hogares.
El bosque de sus taquicardias se encuentra en un recodo de la carretera que lleva a El Cardoso de la Sierra, junto al puente que cruza el Jarama, divisoria natural entre Madrid y Guadalajara. Ocupa 250 hectáreas del monte denominado El Chaparral y es, además del último reducto de hayas de la región, un refugio sin sobresaltos para la fauna típica del Sistema Central (corzos, jabalíes ... ) y diversas especies invitadas (pito negro, chocha perdiz ... ).
Virtudes naturales
La naturaleza posee una virtud de la cual carecen las obras humanas: se goza sin porqué, sin explicaciones, sin manual de instrucciones. Por ello, cabe abstraerse de la teórica del guía de turno: "Las hayas llegaron a estas latitudes durante épocas lluviosas posglaciales, procedentes de Centroeuropa. Hoy las podemos contemplar aquí, en el macizo de Ayllón, debido a que han encontrado un microclima topográfico adecuado. Esto es, han buscado una ladera de umbría de moderada altitud 1.250 a 1.600 metros- y una orientación que es capaz de captar las masas de aire húmedo que chocan contra la sierra .."Abstraerse, pues, y advertir instintivamente que se deambula por una de las catedrales más antiguas del planeta, anterior a los trámites, a los horarios, a las leyes de los hombres. La oscuridad bajo estas bóvedas de crucería vegetal es totalmente sobrecogedora. Como el silencio, sólo interrumpido por el río recién nacido y por el cárabo, cuyo oficio comienza al atardecer.
Luego de comulgar con la vida, sería un pecado retomar de golpe a la civilización, o sea, a Montejo. Lo suyo es dar un rodeo por La Hiruela, y una vez llegados al puerto homónimo, entregarse de lleno a la contemplación, pues desde aquí se otean las comarcas de la Jara, las - tierras de Lozoya y hasta los lejanos promontorios de la Cabrera, Peñalara y la Pedriza. Como Naturaleza manda.
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