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Cadáveres anónimos

57 muertos han sido enterrados sin identificar en los ultimos cuatro años

Jan Martínez Ahrens

Guardan el anonimato a cuatro grados de temperatura, tumbados y con una ficha atada al dedo gordo del pie, en la que nunca se pone el nombre ni el apellido. Son cadáveres, anónimos. Murieron silenciosamente en la calle o en un jardín, pero también acuchillados, atropellados. o tras levantarse la tapa de los sesos. Es decir, por causas desconocidas o de forma violenta. Un fin que les abrió las puertas de las cámaras frigoríficas del Instituto Anatómico Forense de Madrid. Allí, tras la autopsia, permanecieron hasta que agotadas las vías de identificación la funeraria municipal les brindó un entierro de beneficencia. Bajo tierra, siguen guardando el secreto de su identidad. Desde 1990, 57 muertos -43 varones y 14 mujeres- han sido, metidos en un ataúd sin que se sepa el nombre con el que un día se les trató en el mundo de los vivos.Cuando entraron en el lnstituto Anatómico Forense se les bautizó con un número. Por ejemplo, el 2.062. Ése fue un varón de unos 40 años, 70 kilos de peso y 1,70 metros de altura, descubierto a principios de noviembre pasado junto a la vía del tren. Yacía allí no se sabe si por suicidio o accidente. Vestía, al morir, un jersey negro, una camisa azul, un pantalón marrón de los de raya planchada y un. calzado flexible. Sin documentación, guardaba en el bolsillo 1.140 pesetas. Su cuerpo (bigotudo, de ojos castaños, cejas arqueadas y pelo liso) partió de la casa forénse para el cementerio en la Navidad de 1993.La suya fue una de las estáncias más cortas. Aunque el año pasado el récord de permanencia se situó en 6 meses y 25 días, los cadáveres anónimos se mantienen por término medio unos 75 días en el Anatómico Forense. En ese tiempo se investiga su identidad y se busca a parientes y amigos del muerto.

En las pesquisas participan los asistentes sociales del instituto -básicamente para localizar a algún familiar- y el Gabinete de Identificación de la Policía Judicial -toma de huellas dactilares, revisión de archivo y entrevistas con personas susceptibles de conocer al difunto- Si fracasan las indagaciones se solicita al juzgado la inhumación del cadaver. "Nunca se incineran, porque en cualquier momento puede surgir una prueba que requiera de la exhumación de los restos", indicó el director del Instituto Anatómico Forense de Madrid, José María-Abenza.Una vez enterrados, los cadáveres son rebautizados. Esta vez con el número de su expediente judicial. En los últimos cuatro años ninguno, recuerda Abenza, ha recobrado su identidad original. Y es que son minoría.En 1993 pasaron por las mesas del Anatómico Forense 2.381. cadáveres completos, 90 restos y cuatro fetos. De los cuerpos enteros, 1.102 correspondían a muertes naturales, pero de causa desconocida, y otros 1.279 a fallecimientos violentos -61 homicidios, 292 suicidios y 1.026 accidentes, término que también engloba a óbitos por drogas- De esta masa de cadáveres sólo nueve -una minoría- quedaron sin identificar: uno fue víctima dé un homicidio y otro de su adicción a la heroína, tres más cayeron en la carretera, dos decidieron terminar con su vida y sólo un par de personas murieron de forma natural.En comparación con otros anos, la cifra supone casi un éxito. En 1990 se enterraron 25 cuerpos sin identificar, cifra que se redujo al año siguiente a 16 y en 1992 quedó en sólo siete. Pese a este progresivo descenso, la permanencia de los cadáveres ha causado más de un problema de espacio.El Instituto Anatómico Forense disponía antes de su reforma de una cámara con capacidad para 48 cuerpos. "Algo claramente insuficiente", señaló Abenza, "ya que entre los cadáveres que no se identificaban y los que permanecían por orden judicial había saturación". Para liberar este atasco, los forenses se afanaban en retirar lo antes posible los cuerpos identificados. Ahora, con la reforma, el centro puede acoger hasta 110 cuerpos. "Y con la cámara múltiple somos capaces de hacer frente a cualquier catástrofe", subrayó Abenza.Y mientras el instituto, al son de la modernidad, amplía sus plazas y mejora su refrigeración, el mundo del que parten los muertos de nombre desconocido sigue en la penumbra. Quienes lo transitaron eran solitarios, viajeros, marginados sin documentos ni señas conocidas en una capital con cientos de recovecos, comentan los policías. Murieron, muchas veces, en el abandono de una calle o un jardín. En él serán enterrados. Sin compañía, sólo con un número que recordará el olvido de quiénes fueron.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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