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La profesionalidad

La tan alabada y cantadísima profesionalidad de Espartaco, que parece sumido en un socavón, quedó en evidencia ayer en la reinaugución de la otrora incomodísima plaza de Segovia. El de Espartinas, apático y a disgusto, no se sumó a la fiesta en la que sus compañeros sí mostraron su profesional entrega. Así, Rincón utilizó la pétrea vía de la autenticidad, engorrinada con tizona y verduguillo, mientras que Finito abrió la puerta grande con su refulgente lidia de arte.Espartaco, que actuó con sólo dos subalternos a pie por el percance que sufrió por la mañana Rafael Sobrino en el enchiqueramiento [según parte médico emitido por la noche, sufre 11 heridas, pronóstico muy grave, con esperanzas satisfactorias, informa Aurelio Martín], se enfrentó, es un decir, a su primer toro, burdamente desmochado y pegajoso, al que se quitó de enmedio de un infamante sartenazo. Hizo como que intentaba resarcirse en el cuarto, que salió con la divisa clavada en el testuz, pero todo quedó en un feo conjunto de teatrales gestos, insultos al toro y diálogos con el gentío, al que sólo logró convencer en su mitad, pues el resto se dieron cuenta que lo que hoy le pasa al coletudo es que le cuesta un potosí estar en la cara del toro.

Núñez / Espartaco, Rincón, Finito

Cuatro toros de Marcos Núñez (dos rechazados en reconocimiento): bien presentados, mansos. 5º de Antonio Pérez (sustituyó a uno del Conde de Mayalde, cojo), descastado y peligroso, y 6º de Mayalde, con trapío, manejable. Todos sospechosos de pitones: el 1º, descaradamente mocho. Espartaco: pitos; fuerte división tras aviso. César Rincón: palmas; ovación tras aviso. Finito: oreja; oreja. Salió a hombros.Plaza de Segovia, primera de feria de San Pedro. 25 de junio. Tres cuartos de entrada.

La entrega de Rincón, que ya alboreó con el segundo, al que plantó cara y aguantó arreones en vano intento de sacar agua de aquel secarral de bravura, exploté en el quinto, descastadísimo y traidor. Pero el bicho se encontró con la horma de su zapato y el colombiano derrochó celo, redaños y parió emoción a raudales. Fue una intensa rebatiña entre el fascineroso bruto y la inteligencia, el valor y la técnica sin aspavientos del hombre, que llegó a someterlo hasta encunarse y acariciarle los pitones.

Finito no se arredró y derrochó torería cargada de arrebatos estéticos con percal y flámula, cubriendo más que de sobra el expediente, aunque a veces con exceso de pico y ventajismo. Ése es su debe, pero pesó más su haber: un toreo de belleza ortodoxa ribeteado de sentimiento, que culminó con la espada, alcanzando un verdadero triunfo y siendo paseado a hombros por las calles.

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