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¿La alternativa?

Emilio Lamo de Espinosa

Debe ser cierto aquello de que los dioses ciegan a quienes quieren perder. Pues no de otro modo se explica el camino que parece seguir el PSOE desde hace al menos un año. Un camino que, si no se remedia pronto (y ya tiene mal remedio), corre el riesgo de establecer la siguiente norma en la democracia española: los partidos políticos no se alternan sino que se (auto) destruyen. En poco más de seis meses se esfumó el inmenso capital político ganado en las elecciones de junio de 1993. Ya en marzo o abril el PP iba por delante en todos los sondeos. El malhadado Congreso del PSOE y la corrupción reforzaron (pero no crearon) una tendencia que se manifestaba claramente meses antes y que se remonta al menos a 1989. Se sabía pues que iba a perder las elecciones europeas, y se sabía que las iba a perder por bastante. Por eso pedí -sin duda ingenuamente, pero no sin argumentos- un anuncio de elecciones generales anticipadas antes de la votación de las europeas, para minimizar las pérdidas en éstas evitando su distorsión en un test sobre el Gobierno. Ahora el daño ya está hecho. El PSOE, como partido político, había ya perdido en junio pasado y fue Felipe González quien lo salvó entonces tapándolo con su imagen. El 12 de junio último esa imagen se ha quemado también y hoy carece de legitimidad. Tiene legalmente el poder. Pero no lo tiene legítimamente. Y en democracia sólo se puede gobernar contando con la legitimidad popular.Por ello, en este momento las alternativas del PSOE no son ya ganar o perder sino por cuánto pierde. Y cuanto más tarde salgamos de dudas, mayor será su pérdida. Felipe González puede intentar remodelar el Gobierno o alguna prestidigitación política. Nada de ello le salva de la ilegitimidad. Sólo una moción de confianza en la que, con el apoyo público de CiU, exhiba esa legalidad, que debería trasladarse a un gobierno de coalición, sólo eso podría darle fuelle para continuar todo el invierno y llegar a las elecciones municipales y autonómicas de la primavera de 1995.

Pero incluso entonces, es decir, en el mejor y (hoy por hoy) angélico supuesto, el PSOE perderá las elecciones municipales. ¿Por qué? Porque ni la recuperación económica se traslada mecánicamente en recuperación política, ni los casos de corrupción van a cesar (sean o no ciertos, eso ya casi no importa políticamente). Y sobre todo porque en el ánimo de la población se ha asentado ya el horizonte de la alternancia al tiempo que entre los militantes y votantes socialistas cunde el desánimo, y esas son profecías que se autocumplen, tanto más cuanto más tiempo pasa.

De modo que la alternativa no es ya si se convocan elecciones generales anticipadas, pues éstas son casi inevitables, sino cuándo van a ser, en el otoño del 94 o en el del 95. La alternativa real que hoy tiene en sus manos Felipe González es, pues, tan mala como la siguiente:

1.- Bien tratar de aguantar (con remodelación del Gobierno o sin ella; con moción de confianza ganada o sin ella), en cuyo caso se perderán las municipales de 1995, lo que obligará (ahora sí, tras dos derrotas) a convocar generales anticipadas, que se perderán también, con el muy serio riesgo de destruir el PSOE como alternativa real, asegurando mayorías absolutas del PP probablemente durante un par de legislaturas; resultado, pues, a la francesa (o incluso a la italiana si los escándalos continúan).

2.- Bien se convocan elecciones generales cuanto antes (o al menos se anuncian cuanto antes) con la idea de ganar credibilidad ya y conservar un grupo parlamentario fuerte que pueda disputar al PP las elecciones municipales de 1995 y, sin duda alguna, las próximas generales, al tiempo que se pone orden en el partido y se reconstruye, desde la oposición, el electorado perdido.

No hay a mi entender, otra alternativa y el riesgo de no convocar es sin duda muy superior al riesgo de convocar.

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