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Un objetivo de política exterior: el espacio iberoamericano

JOSÉ LUIS DICENTA BALLESTERLa recién concluida IV Cumbre Iberoamericana ha puesto de manifiesto, según el autor, que la política exterior española debe volcarse en la construcción de un espacio iberoamericano común, capaz de desencadenar el entusiasmo de las sociedades implicadas.-

Acaba de concluir la IV Cumbre Iberoamericana, celebrada en el bello marco de la ciudad colombiana de Cartagena de Indias. Quisiera, casi a vuela pluma, sugerir algunas consideraciones que esta cumbre me ha suscitado.En primer lugar, las cumbres se consagran como un foro político de primera magnitud y como un elemento básico para la conformación, a medio y largo plazo, de un espacio iberoamericano realmente articulado.

Para mantener esa condición, las cumbres deben conservar su periodicidad anual y modificar, al menos parcialmente, su formato, reduciendo a los mínimos indispensables los discursos y actos oficiales, ampliando en cambio el tiempo dedicado a los encuentros entre los mandatarios. Esos encuentros deberían celebrarse a puerta cerrada y sin más presencia que la de los jefes de Estado y de Gobierno, acompañados de sus respectivos cancilleres.

En tercer lugar, se debe abandonar la percepción de las cumbres como "incubadoras" de proyectos iberoamericanos, objetivo que no debe obviarse pero que tiene que ser objeto de tratamiento específico en reuniones anuales celebradas por los responsables de comercio o de cooperación.

Por último, la variada e importante documentación que van generando las cumbres, así como el seguimiento y evaluación de los distintos programas nacidos como consecuencia directa o indirecta de aquéllas, hacen necesaria la creación de una mínima pero bien dotada unidad de información y seguimiento, tema que será objeto de una reflexión conjunta en la reunión ad-hoc de cancilleres que ha convocado Colombia para la primera semana del próximo mes de agosto.

Oportunidad en la que, asimismo, deberá debatirse cuál tiene que ser el objetivo último de las cumbres. Y ese objetivo, en mi opinión, no puede ser otro que el de marcar la pauta e incentivar la creación de un gran espacio iberoamericano, reforzando los vínculos que unen los distintos elementos que conforman las sociedades del mundo iberoamericano.

En efecto, la construcción de un espacio iberoamericano debería constituir un objetivo básico de nuestra política exterior y quizás el elemento capaz de aglutinar en su entorno el entusiasmo máximo de nuestras sociedades. Dicho de otra forma, cuanta más Iberoamérica introduzcamos en nuestras vidas, tanto mejor para el futuro de nuestros países.

Porque debemos tener en cuenta que mientras que el mundo de principios de este siglo se enfrentaba sobre todo al desafío de producir bienes y de producirlos cada vez a una escala más masiva, el mundo que se avecina tendrá ante sí básicamente el reto de producir servicios. En esta perspectiva, la capacidad de comunicación es ya hoy en día, y va a serlo cada vez mucho más, el elemento esencial del progreso y de la competitividad.

El espacio iberoamericano cuenta en este sentido con un gran factor estructural de vertebración a su favor: la existencia de una base comunicacional común. Y no me refiero sólo a la lengua, sino a la capacidad de intelección inmediata tanto respecto a la forma como respecto al fondo. Esta base comunicacional nos permite hacer todo de una forma más rápida, en un momento en que la velocidad en las interpretaciones y aplicaciones de cualquier iniciativa adquiere un valor incalculable para poner en marcha un proyecto.

Esta ventaja ha sido poco y mal explotada hasta ahora porque cuando se ha hecho ha sido siempre tímidamente y desde el Estado. Y el Estado puede incentivar, estimular, pero de lo que se trata es de vincular de una vez para siempre a nuestras sociedades. Queremos más sociedad y no más Estado. Y es urgente proceder en esta dirección si queremos defender nuestra auténtica identidad.

Otro gran factor estructural que nos permite hablar de un proyecto común en Iberoamérica es la proximidad de los valores y objetivos que vinculan a nuestras sociedades, todos procedemos de mundos absolutistas y nos hemos tenido que ganar a pulso, por decisión y vocación propias, la democracia y la libertad. En América Latina se produce hoy una generalización de los sistemas democráticos y del correcto funcionamiento de sus instituciones.

En el ámbito económico, por otra parte, muchos de aquellos países empiezan a experimentar unas tasas de crecimiento notables y se da además una importante coincidencia en cuanto al modelo económico a implantar. Se trata de poner en marcha economías modernas y saneadas, bajo el impulso de los mecanismos de la economía de mercado, por supuesto, pero sin dejar de prestar una atención especial al reforzamiento de la cohesión social y a una más igualitaria distribución de la riqueza.

Por consiguiente, sin vinculación de las sociedades no habrá espacio iberoamericano. Pero sin la rápida creación de marcos jurídicos adecuados y de compromisos políticos aquella vinculación llegará tarde y a destiempo.

Frente a otros espacios que van surgiendo liderados por una nación concreta, el nuestro se distingue por la pluralidad de las naciones participantes y por su plural protagonismo a la hora de articular su construcción. No hay aquí una nación que lidere, sino un conjunto de naciones conscientes de sus raíces comunes, que reflexionan y buscan de común acuerdo un marco global de convivencia y un proyecto de futuro capaz de entusiasmarlas.

es secretario de Estado de Cooperación y para Iberoamérica.

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