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El gusto del futuro

Antonio Elorza

Casi todo me pareció irreal en la noche del domingo. Con una sonrisa-rictus pegada al rostro, Felipe González insistía en que aquí no había pasado nada, y que además él se encargaba de que nada pasase. Lo ocurrido se debía a que los españoles no se dieron cuenta de que la economía había entrado ya en fase de recuperación y votaron como si siguiera la crisis. También contaba el accidente inexplicable de la corrupción. Pero había tiempo para invertir la tendencia y, como si los votantes fuesen conejos reproductores de una granja, cabía hacer del 35% conseguido la base para futuras victorias. Por lo demás, González felicitaba al Partido Popular. La gente del PSOE se ha hecho obediente: todos felicitan al PP. Los demás se felicitaban a sí mismos. Julio Anguita recreaba una escena de hogar y exhibía sobre sus rodillas una niña pequeña medio dormida, muy antigua, con unos grandes lazos sobre la cabecita. La satisfacción de Anguita no le permitía adelantar el menor juicio sobre las perspectivas abiertas por el relativo éxito. Programa, programa y programa. Tampoco se atrevía a decir nada el vencedor de la noche, discreto y bien educado. Al asomarse a la calle de Génova, Aznar parecía temer la euforia de sus seguidores y evocaba ante ellos la triple fidelidad, a la Corona, a la democracia y a España. Entre tanto, en el bosque de enseñas del partido, las banderas rojigualdas sin escudo constitucional recordaban que lo de Mercedes de la Merced representa algo más que un lapsus individual. El único político importante que escapaba al ensueño era el que venía gobernando en la sombra. "Lo nuestro es lo nuestro", creo recordar que dijo Pujol. No le afectaba mucho el éxito del PP. Su política no tenía razones para cambiar.Quizá porque la jugada le había salido redonda, en especial tras el respaldo otorgado a su estrategia por el electorado catalán. Si la caída del PSOE puede resultar excesiva, viene a reforzar aún más la dependencia de González respecto de su apoyo parlamentario. No hay razón ahora para desear una moción de confianza, y menos un gobierno de coalición que llevara a CiU a compartir desgaste y riesgos con el PSOE. Los intereses de ambos coinciden, pero las ventajas son claras para la parte catalana, que puede incluso contar con la preferencia de González por aparentar que decide en solitario. Así que los inconvenientes no le vendrán de este lado al presidente, sino de los líderes regionales y locales de su propio partido, alarmados por el desastre que se les avecina en el 95. En el vértice, tanto para González como para Pujol, gobernar es resistir, por lo menos a corto y medio plazo.

Otra cosa es que resulte fácil para González la recuperación. El tema irresuelto de la corrupción ha quebrado justificadarnente la confianza de muchos votantes en quien se presentaba ante ellos como un gran estadista. La reciente crisis deja en exceso al descubierto su obsesión por conservar el poder a cualquier precio, asumiendo sin pestañear, como hiciera Craxi en Italia, la posible destrucción de un legado histórico cargado de entrega y de sacrificios. Durante la campaña, González mintió hasta al expresar una y otra vez su confianza personal en Morán, como antes mintiera al confesarse abochornado por los descubrimientos de corrupción que él hizo todo lo posible por evitar. Tocqueville escribió hace tiempo que era un deber para los gobernantes democráticos inculcar en los ciudadanos el gusto del futuro. La responsabilidad del último González es bien clara: una vez disipado el mito de la modernización, haber intentado asentar únicamente la izquierda española sobre el miedo del pasado. Los resultados ahí están.

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