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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nuestro medio vital

EL DÍA Mundial del Medio Ambiente, celebrado el pasado domingo, ha coincidido prácticamente con la decisión de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) de prolongar un año más la prohibición de la caza comercial de la ballena y de crear un santuario para estos grandes cetáceos en aguas antárticas, si bien con la oposición de Japón y Noruega.Es una buena noticia que dice bastante del nivel de concienciación ambiental de los Gobiernos. Por un lado explica que se va avanzando en el equilibrio entre el desarrollismo a ultranza y la conservación del planeta; resulta sintomático que una comisión que nació con claro afán comercial, para negociar los cupos de capturas de ballenas entre los países, haya pasado a engrosar la lista de organismos más sensibilizados con el deterioro de la diversidad biológica.

Por otro lado, el acuerdo, casi unánime, es demostrativo de cómo quienes controlan las riendas del poder no ponen muchos reparos a las tesis ecologistas si el asunto no vulnera sus intereses económicos: está claro que la caza comercial de ballenas no figura entre las prioridades económicas de ningún Gobierno y ningún influyente grupo empresarial.

No se trata de quitarle valor al paso dado por la CBI. Es un logro importante. Pero se impone otra reflexión: el tamaño influye; lo que se ve importa. Y parece que la humanidad y la civilización se ven mucho más conmovidas por el peligro de desaparición de ballenas, tigres, pandas, águilas y linces que por pequeños peces, insectos o anfibios, que no atraviesan precisamente una época de gloria.

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En todo caso, el Día Mundial del Medio Ambiente ha sido ocasión para constatar que, al final del milenio, la humanidad ha vuelto la vista hacia lo natural en vez de apuntar sin matices a una sociedad de pastillas y artefactos. Pero también ha servido de recordatorio -a nivel individual, colectivo e institucional- sobre la hipocresía, frivolidad y manipulación que hay tras muchos contenidos y batallas medioambientales.

Tres ejemplos: las empresas químicas admitieron que los CFC dañan la capa de ozono cuando ya habían encontrado sustitutos rentables. Las empresas nucleares se apuntan eufóricas a pedir una ecotasa -impuesto ecológico- porque saben que así se gravará la competitividad de otras fuentes energéticas rivales. Y muchos países, incluida España, aceptaron acabar con la captura de rorcuales cuando ya estaba desmantelada su flota ballenera.

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