La torcida final
Si Franco levantara la cabeza -les juro que es la última vez que le nombro: menudo empacho del menda llevamos encima- se daría con un par de mítines en la frente y regresaría al agujero, muerto esta vez de perplejidad. Vería a un líder socialista -Felipe, en Málaga- sacando el espantajo de Ceausescu para acusar "a los que se llaman más de izquierdas que nosotros", y a un político conservador -Aznar, en Barcelona, con banderas catalanas alrededor, para más inri-, citando a Francesc Cambó, y al electorado de derechas -los seguidores del PP, en cualquier lugar de Andalucía- cantando el himno nacional de la autonomía, solemnemente puestos en pie: "Andaluces, levantaos, pedid tierra y libertad".Ocurre que nos encontramos en la recta final de las campañas electorales, una recta que está saliendo torcida porque todo vale para hacerse con la victoria. Incluso decir, como hizo González en La Malagueta, que "los nuestros fueron los primeros en entrar para liberar París". Se refería a los exiliados españoles, pero, en el contexto de su parlamento, parecía que hablaba sólo de los socialistas.
Quizás por eso se agradece tanto un discurso serio, una exposición lógica, un tono educado, como el que utilizó en Málaga el candidato número siete por los socialistas andaluces a las elecciones europeas y alcalde de la ciudad desde hace 16 años, Pedro Aparicio. Munícipe querido por sus conciudadanos por lo mucho que ha hecho por Málaga, oponiéndose incluso gallardamente al poder central -dicen de él que nadie puede sacarle del sitio, en elecciones-, está dotado, además, de buenos modales. A los periodistas, que tenemos los oídos acostumbrados a la demagogia más gritona, casi nos dio un pasmo cuando advertimos que lo que nos sonaba raro en su discurso era que estaba tratando de usted a la audiencia. Aparicio pidió a los malagueños que "se sientan ustedes partícipes de ese nuevo país que se llama Europa , y cuando se trató de arrimar el ascua a su partido, lo hizo sin descalificaciones, refiriéndose a las opciones socialista y conservadora como las que en la UE son mayoritarias, pero sin descalificar a otras que, "aunque tienen campo aquí en España, resultan marginales" en el foro europeo.
Lo más duro que dijo Aparicio fue contra Giscard d'Estaing, preguntándose cómo podían los populares exhibir en un acto a quien "tuvo una actitud tan antiespañola en los años de intento de adhesión de España, o que ayudó tan poco en la lucha contra ETA". Acusación rigurosamente cierta, por otra parte. Al despedirse, sonó a gloria su "si ustedes me hacen el honor de votarme", apostillado con un "me pase lo que me pase en mi vida, nada mejor que haber sido alcalde de ustedes durante dieciséis años".
Una perla rara. Lo más sensato es que nos vayamos acostumbrando a los golpes bajos, las medias verdades, las medias mentiras y, sobre todo, al fantasma del miedo, que galopa a rienda suelta por las gradas, estimulado desde los distintos escenarios. Como si en el hipotético futuro sin la hegemonía que dibujan fueran a regresar la emigración forzosa que mandó a nuestra gente al extranjero con una maleta de cartón sujeta por una cuerda, los jóvenes sin derecho a estudiar, las mujeres con la pata quebrada y en casa, y los viejos comidos por la miseria y sin esperanzas de ver Benidorm en su vida.
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