El despiporren
Torrealta / Cuatro rejoneadores
Toros despuntados de Torrealta, grandes y encastados, que dieron juego.
Joâo Moura: rejón perpendicular y rueda de peones (escasa petición y vuelta).Antonio Correas: pinchazo sin soltar, rejón bajo, rueda de peones, cuatro pinchazos, otra rueda de peones -primer aviso- y mata el sobresaliente Daniel Lozano de dos descabellos -segundo aviso- y siete descabellos más (bronca). Luis Domecq: rejón trasero caído (dos orejas). Antonio Dornecq: pinchazo trasero descordando (oreja).
Por colleras: Moura pinchazo y rejón trasero y Correas tres pinchazos sin soltar, (silencio). Antonio Domecq, con Luis Domecq, rejón trasero, rueda de peones y rejón cerca del brazuelo (oreja); salieron a hombros por la puerta grande.
Plaza de Las Ventas, 28 de mayo. 15ª corrida de feria. Lleno.
Gran gozo fue para el público la mal llamada corrida de rejones, como suele ocurrir. La afición brilló por su ausencia y en su lugar estaba la familia, que también tiene su corazoncito y da alegría y esplendor a la fiesta. Algunos de los familiares salieron de la plaza con las manos enrojecidas de tanto aplaudir, y el espectáculo transcurrió entre gran albarabía, con triunfalismo creciente, hasta acabar convirtiéndose en el despiporren. Por la puerta grande salieron a hombros dos rejoneadores -los hermanos Domecq-, y si por la chica los otros dos, eso es lo que lamentaba muy de veras la familia de la afición.Tres cuartos de hora se pasó aplaudiendo este público feliz, naturalmente porque los rejoneadores les dieron motivos. E iguales motivos eran, por ejemplo, el gran par de banderillas que reunió Luis Domecq en el centro del ruedo, o el rejonazo que le metió su hermano cerca de la pura pata al último toro de las colleras. Todo se aplaudía, con especial calor la deslumbrante contemplación de los rejoneadores quitándose el sombrero. Se quitaba el rejoneador el sombrero, y el público rompía a aplaudir con auténtico frenesí.
Joâo Moura iba en desventaja porque dejó el tricornio en el callejón, salía descubierto, y no tenía con qué saludar; sólo la manita, que apenas conmueve. El sombrero es otra cosa. El sombrero suscita un respeto reverencial, y si es en mano, equivale a todo un discurso sobre la excelsitud del señorío y el patriotismo. Ya lo decía la canción: "Sombrero en mano entró en España / y al verla se descubrió...". Obviamente era un contrasentido (si entró sombrero en mano es que ya venía descubierto), pero no importaba: un hombre con el sombrero en la mano es un caballero y no admite discusión.
La falta de trocomio había de suplirla Joáo Moura toreando -que es lo suyo, por cierto-, y no sólo toreó, sino que lo hizo muy bien, con dominio, galanura y templanza. Su toro irrumpió en la arena huidizo y tras provocarlo y consentirlo, le dejó encelado para los restos. Vinieron luego las banderillas al quiebro o de frente con reuniones al estribo; por una vez y sin que sirva de precedente mató de eficaz rejonazo, y aquello constituía un éxito total, mas, había faltado a la torera faena el aliciente de los sombrerazos, y hubo escasa petición de oreja.
Tampoco se crea que el sombrero garantiza la gloria. Hay excepciones. A Antonio Correas, muy vulgar en su rejoneo, le aplaudieron más que a nadie por desmonterarse, y sin embargo el público acabó tomándole manía. Fue por su impericia con el rejón de muerte, que obligó a intervenir al sobresaliente. Y así ocurrió que cuando salía con Moura para perpetrar colleras, le pegaron la bronca, continuada después en cada una de sus intervenciones. La familia de la afición se ve que no perdona. Para la familia de la afición, el rejoneo o es blanco o es negro; no caben matices.
De una blancura inmaculada debió parecerle las actuaciones de los hermanos Domecq, que siguió en un continuo clamor. Cuando Luis Domecq prendió sendas banderillas en mitad del toro se corearon con los "¡biééén!" característicos de, los espectáculos de rejoneo (allí no se oye un olé ni por milagro), y el par a dos manos que reunió en el centro del redondel acudiendo de frente al toro provocó un auténtico delirio. No era para menos: ese par tuvo emoción, torería y belleza.
Se coge ese par de Luis Domecq, se une a algunos de los lances que ejecutó Moura, se añaden los giros ecuestres de Antonio Domecq al salir de las suertes, y queda estructurado un hermoso compendio del arte de torear a caballo. En el lado contrario, el libro negro de la artimana rejonera que conformaron los rejonazos excesivos, las ruedas de peones, la clavazón de floripondios una vez cambiado, el tercio, los dos rejoneadores de la collera armados al mismo tiempo y otras transgresiones a las ordenanzas de caballería.
Luis Domecq prendía trasero y flojo, pero otro par, a dos manos -este ya para los adentros- le reconcilió con la familia de la afición. En ocasión de colleras, los dos hermanos volvieron loco al toro con la espectacularidad que demandaban las circunstancias, y el rejonazo que Antonio Domecq le clavó junto al brazuelo levantó un Jubiloso griterío, que no cesaría hasta que ambos rejoneadores desaparecieron por la puerta grande.
Feliz, ronca y conmocionada abandonaba la gente la plaza, después de haber estado tres cuartos de hora aplaudiendo -casi la mitad del festejo-, en porciones cronométricas casi equitativas para los cuatro rejoneadores, según el paciente seguimiento que hizo Juan Mora del apoteosis: a Moura, 7 minutos y 43 segundos; Correas, 7 m., 49 s.; Luis Domecq, 8 m, 04 s.; Antonio Domecq, 8 m., 04 s.; la collera Moura-Correas, 4 m, 43 s.; la de los hermanos Domecq, 8 m., 31 s. O sea, el despiporren, la desiderata, la mundial, la desconcatenación de los exorcismos.
Babelia
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