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El cambio de tendencia en América Latina

Jorge G. Castañeda

Uno de los acontecimientos más trascendentes e inesperados en la evolución reciente de las economías de América Latina ha sido el cambio de tendencia en materia de flujos de capital. Durante los años ochenta -la llamada década perdida-, debido al agobiante peso de la deuda externa, al alza en las tasas reales de interés en el mundo y a la reticencia. de la banca de volver a prestarles a países sobreendeudados o quebrados, el continente se volvió un exportador neto de capitales. Trágica involución para una región en desarrollo, que requirió desde el siglo pasado, y sin duda por mucho tiempo más, una fuerte dosis de financiamiento externo para suplir un ahorro local raquítico. El estallido de la crisis financiera mexicana en agosto de 1982 puso fin a una larga época de disponibilidad -aunque no de abundanciade recursos externos para América Latina. Por casi 10 años, la región quedaría desprovista de cualquier apoyo foráneo a su esfuerzo de desarrollo.A partir de 1991, esa tendencia se invirtió: de enviar capitales al resto del mundo por un concepto u otro, América Latina pasó de nuevo a ser un importador neto de financiamiento, básicamente a través de caudalosos flujos de inversión extranjera, principalmente de cartera o especulativa, pero en parte también directa. Países como México, Venezuela, Argentina, Brasil, Chile y Perú se vieron sumergidos por una auténtica marea de recursos dirigidos a sus respectivas bolsas de valores, o a la compra no bursátil de empresas privatizadas. Líneas aéreas, minas, empresas telefónicas, siderúrgicas, de energía eléctrica: buena parte del sector estatal construido. a lo largo de varios decenios en casi todas las economías de América Latina se puso a remate. De allí los indigentes Estados latinoamericanos obtuvieron considerables ingresos, ya fuera para supuestamente combatir la pobreza en algunos casos, para pagar sus deudas en otros más o, por último, simplemente para enriquecerse y despilfarrar esas ganancias en algún rubro imaginario del presupuesto.

Mucho se ha discutido sobre los motivos reales de esta transformación de perspectivas. Al principio la mayoría de los analistas y observadores hicieron hincapié en la relación entre flujos de capital y estabilidad macroeconómica: el dinero fluía a aquellos países cuyas economías habían puesto en práctica las reformas necesarias y logrado los equilibrios indispensables. Liberalización comercial, desregulación y privatizaciones en lo tocante a reformas; control de la inflación, reducción de impuestos y, sobre todo, del gasto para eliminar déficit fiscales. Estos eran, se suponía, los requisitos para atraer cápitales.

En un segundo momento, los estudiosos más perspicaces comprendieron que además de dichos estímulos había otros: en particular los elevadísimos rendimientos en dólares que se podían obtener en los llamados, mercados emergentes, en una coyuntura en la cual las tasas de interés en Estados Unidos y en Europa se hallaban en sus niveles más bajos en varias décadas. Una cierta estabilidad cambiaría, aunada a fuertes ganancias en moneda local, hacía de las bolsas de valores de México, Buenos Aires, Caracas o Sáo Paulo sitios de atracción para capitales cada vez más móviles y menos satisfechos con los magros rendimientos disponibles en sus países de origen.

De allí surgió una primera contradicción: resultaba que fluían capitales en montos iguales a países como Brasil, que no había llevado a cabo el ajuste estructural recomendado, y a la Argentina en vías de convertirse en la niña de los ojos de las finanzas internacionales. Llegaba dinero a Venezuela, que presentaba serios riesgos de inestabilidad política y social desde el llamado caracazo, que se produjo en febrero 1989, y en menor medida quizá a Chile, verdadero paradigma de estabilidad política y macroeconómica.

Las consecuencias de esta heterogeneidad de interpretaciones y causas empezaron a vislumbrarse a comienzos de este año. La coyuntura de hoy se parece mucho al panorama de 1982, cuando una serie de razones diversas convergieron para interrumpir, a través de la crisis mexicana, lo que había sido un caudal de capitales hacia América Latina -vía créditos en lugar de inversión especulativa- igual o más nutrido que el de estos últimos anos.

Tres factores contribuyeron a poner fin, por ahora en todo caso, a la bonanza latinoamericana: la subida de las tasas de interés, en Estados Unidos, la crisis mexicana y la tendencia a bajar intereses en valores de renta fija en América Latina, para estimular economías aletargadas. De los tres, el alza en las tasas americanas fue el factor decisivo, de la misma manera que el anuncio de una nueva Política monetaria por Paul Volcker, el entonces presidente de la Reserva Federal, en mayo de 1980, indujo el aumento vertiginoso de las tasas de interés reales que condujo a la crisis de la deuda. A partir de febrero de este año, dicha convergencia de factores desató una tendencia contraria a la que había prevalecido desde 1990. Comenzaron a perder valor las bolsas de valores, cayeron los bonos latinoamericanos y, en general, la fascinación con los llamados mercados emergentes empezó a desvanecerse. Y de la misma manera en que en 1982 la debacle mexicana repercutió negativa y en ocasiones injustamente en la situación de otros países, la sangría de divisas iniciada en México a principios de febrero, en parte por razones estrictamente mexicanas, pronto se extendió a otras naciones. La nueva crisis mexicana fue de nuevo el detonante del cambio de tendencia en América Latina. No es de extrañarse: la Bolsa mexicana de valores representa la mitad de la capitalización de todas las bolsas latinoamericanas. Y las turbulencias por las que atraviesa la economía de México y su arcaico sistema político son más fuertes y preocupantes que las de otros países de la región en este momento.

Entre su punto más alto de este año y su nivel a principios de mayo, en dólares, la Bolsa mexicana había caído 24%, la de Buenos Aires igual, la brasileña 40% y la de Venezuela más de 30%. Si se mide el desplome mediante el descenso a lo largo del último año, la variación es menor, pero también considerable: 17% para México, 5% en Argentina, sorprendentemente nula para Brasil, y casi 201/6 para Venezuela. Si se analiza el índice Emerging Markets Bond Index (EMBI) de JP Morgan, que mide la evolución del valor de las obligaciones latinoamericanas, la caída es más estrepitosa. El índice pasa de 100 en vísperas de alzamiento de Chiapas y de la quiebra del Banco Latino de Caracas y Miami, a casi 75 a principios de abril, para estabilizarse -por ahora- por debajo de 85 puntos. Se trata entonces de una pérdida de casi 20% en cuatro meses: un pési-

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El cambio de tendencia en América Latina

es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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