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La oreja en cuestion

Atanasio / Palomo, Ponce, Madrileño

Cuatro toros de Atanasio, Fernández (dos fueron rechazados en el reconocimiento), justos de trapío, flojos, manejables; 3º inválido y aborregado, 6º fuerte. 2º de Aguirre Fernández Cobaleda, terciado, inválido y manso. 5º de El Toril, terciado, flojo, manejable.

Palomo Linares, que reaparecía: estocada corta trasera baja (silencio); pinchazo, media, rueda de peones y dos descabellos (silencio). Enrique Ponce: estocada trasera caída (oreja con algunas protestas); estocada caída (petición, fuerte ovación con protestas y salida a los medios). El Madrileño, que tomó la alternativa: media, dos descabellos -aviso- y dobla el toro (silencio); pinchazo, otro hondo -aviso-, pinchazo a paso banderillas, media delantera y cinco descabellos (silencio). Enfermería: el picador Manuel Quinta, atendido de rotura grave de ligamentos. Plaza de Las Ventas, 25 de mayo. 12ª corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".

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Un toro con trapío, redaños, casta y bravura; un torero que lo reta cruzándose, le adelanta la muletilla, lo trae toreado, le carga la suerte y, al vaciar, ya está ganando un paso metido de nuevo en el cruce del carril; una faena honda y masisá, según solía decir el maestro Pepe Luis, en la que el diestro cabal se echa de primeras la muleta a la izquierda y ya está toreando al natural, haciendo así honor al fundamento mismo del arte muletero. Luego se perfila en corto, ejecuta los tiempos del volapié hundiendo el acero por el hoyo de las agújas; y mientras el toro cae patas arriba, el público salta entusiasmado de sus asientos, pide la oreja, que el presidente concede... Ese reencuentro con la tauromaquia excelsa es lo que hubo en el ruedo histórico de Las Ventas. Bueno, no todo, en realidad: sólo la oreja. El resto había que imaginárselo, y los buenos aficionados del tendido 7 y la grada 8, entre otros desperdigados por allá, protestaban, pues echaron de menos demasiadas cosas.Echaron de menos que el toro desorejado no tuviera trapío, ni redaños, y en cambio se tratara de un inválido obediente y mansurrón, que a media faena se puso a recular acobardado desde el mismo centro del redondel hasta las tablas, y allí se dejó completar el centenar de pases que Enrique Ponce había salido dispuesto a darle, y le dio, sobrado de moral y de inquietudes estéticas. Echaron de menos que el torero no se cruzara nunca en el cite, ni se trajera al toro toreado con la muleta presentada planita en divina forma, ni cargara la suerte, ni al vaciar ganara ese terreno que demanda el cánon acrecentando los méritos y llenando de emociones la ligazón de los pases. Echaron de menos, en fin, que el torero, tan fácil y gustoso en los ayudados, en los de pecho, en los cambios de mano y en todo cuanto es remate, broche y adorno, renunciara a masisar su faena y no matara por el hoyo de las agujas.

Hubo oreja -peluda, por más señas-, que a punto estuvieron de ser dos si el presidente llega a acceder a la masiva petición del público después de la faenita superficial que Enrique Ponce le aplicó al quinto toro, un coloradito docilón de escaso trapío y corto temperamento. Gran altercado se armó entonces, porque no era asunto baladí.

Desde que la salida a hombros por la puerta grande no es cuestión de arte sino de cálculo y trigonometría (una oreja más una oreja igual a puerta grande), la segunda oreja vale un imperio y concederla o denegarla equivale a un cortijo o a la ruína de un hombre, vamos al decir. De donde se deduce que la intransigencia de los aficionados y la determinación del presidente le quitaron a Enrique Ponce la posibilidad de comprarse un cortijo en Linares.

La confrontación de ideologías y el contraste de pareceres entre quienes aplaudían al presidente por haberse mantenido firme en la defensa de los valores de la fiesta y quienes le denostaban por hurtar' al torero una oreja, provocaron discusiones interminables que alcanzaban de tendido a tendido. Se oyeron estentóreas voces y apasionados discursos, crueles calificativos, menciones a la familia. Suele ocurrir en estas corridas feriales: a la mayoría de la gente le dan igual toros inválidos, lidias infames, picos, palas, bajonazos; y, en cambio, por una sola oreja peluda es capaz de pegarse con su padre. Toros inválidos, picos, palas y algún bajonazo . también conformaron la polémica tarde. Palomo, que reaparecía, muleteó voluntarioso y destemplado. El Madrileño, incapaz asimismo de cruzarse y embarcar con ortodoxia, envió al desolladero sin torear tanto el excelente toro de su alternativa como el sexto, que fue el más serio de los seis. Los picadores descuartizaron las reses picando trasero, tapando la salida y haciendo la carioca. Nadie intervino en quites y la lidia ni existió. De manera que al acabar la función se concertaban comisiones para presentar denuncias en el juzgado de guardia: unos, porque les habían robado una oreja; otros, porque les habían robado la corrida entera.

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