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Jacqueline Kennedy enterrada en el el cementerio de los héroes

Sus restos reposan en Airlington, junto a los del presidente asesinado

Antonio Caño

"Camelot se ha reunido en el cielo", decía una pancarta levantada frente la iglesia de San Ignacio de Loyola, donde ayer se celebró el funeral por Jacqueline Kennedy Onassis. La reina de aquella corte que irradió esplendor y esperanza para varias generaciones de norteamericanos fue enterrada ayer junto a su primer marido, el presidente John Kennedy, en el cementerio de Arlington, en una ceremonia sencilla que no pudo respetar por completo la privacidad que la querida Jackie había deseado.Se va con ella el último símbolo de la era Kennedy, una época de ilusiones que le dio a Estados Unidos tanta resonancia histórica como las gestas más sobresalientes de sus padres de la patria.

La familia no ha podido apartar por completo a la prensa ni al público del acontecimiento. Era natural. Jackie ya no les pertenecía a ellos. Jackie era ya patrimonio de todos los norteamericanos, incluso de otros muchos millones de personas en todo el mundo que habían convertido a esta mujer en un modelo de belleza y de estilo que, seguramente, sobrepasaba con mucho las cualidades verdaderas de quien, como su muerte pone dramáticamente en evidencia, no era más que un ser humano.

Su ex cuñado, el senador Ted Kennedy, lo expresó con claridad en el acto de despedida de sus restos: "Igual que a John lo convirtieron en una leyenda cuando sólo quería ser un hombre, a Jacqueline la han hecho una leyenda cuando sólo quería ser una mujer". "Nunca quiso notoriedad pública", dijo Kennedy, "en parte, porque le traía a la memoria los momentos de tristeza vividos mientras estuvo bajo millones de focos".

Su protagonismo nunca fue mayor que en aquella mañana del 24 de noviembre de 1963 en la que ella misma encendió la llama que velaría el cuerpo de su marido asesinado. Esa misma llama alumbrará ahora su tumba, situada junto a la del hijo que perdió a los pocos días de nacer y de otro que nació muerto.

"Con admiración, amor y agradecimiento por la inspiración y los sueños que nos dio a todos, decimos adiós a Jackie hoy Dios te bendiga, amiga, y adiós", manifestó el presidente Bill Clinton en la ceremonia íntima celebrada en Arlington, a la que asistió un centenar de miembros del clan de los Kennedy. La abuela de la familia, Rose, que supera los 100 años, siguió el acontecimiento por televisión. El acto fue breve y exento de solemnidad. El momento más emocionante lo protagonizaron John y Caroline al arrodillarse ante la tumba de sus padres.

El acceso a la iglesia de San Ignacio de Loyola y al cementerio estuvo vedado al público. La ceremonia en la iglesia católica de Park Avenue, en Nueva York, a la que asistió un millar de personas, sólo pudo ser seguida a través del sonido. Las canales de televisión emitieron el acto en directo, pero sin imágenes. Entre el público estaba la actual primera dama norteamericana, Hillary Clinton, y el acompañante sentimental de Jackie en los últimos años, Maurice Tempelsman.

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Desde Nueva York, el cadáver de Jacqueline, en un féretro de caoba, fue trasladado a Washington a bordo de un avión fletado de la compañía US Air. En el aeropuerto Nacional de esta ciudad fue recibido por el presidente Bill Clinton, que acompañó a la familia hasta el cementerio en el que descansan los restos de los principales héroes del país.

El entierro en Washington fue también cerrado al público, aunque, en esta ocasión, se le permitió a un equipo de televisión grabar las imágenes para todo el mundo. Bill Clinton pronunció las palabras finales de despedida como representante de la nación que vive un duelo íntimo y apreciablemente sentido. "Para mí es como la muerte de todos aquellos sueños que oí contar a mi madre, y a mi abuela", decía una joven de poco más de 20 años que curioseaba en los alrededores de Arlington.

Ser presidente

Clinton, que manifestó sus deseos de ser presidente desde que conoció a John Kennedy en la Casa Blanca, siendo casi un niño todavía, mantuvo una buena relación con Jacqueline. Ted Kennedy contó ayer que, pocos meses después de que Clinton llegara a la Casa Blanca, acudió un día a visitar a la viuda de John a su casa de verano de Martha's Vineyard, en Massachusetts. El senador Kennedy narró que Jackie le dijo: "Ted, debes salir a recibirlo". "Pero si ya está Maurice", le contestó. "Sí, pero Maurice no tiene que presentarse a la reelección", le recordó su ex cuñada. Ted Kennedy tiene que hacer frente este año a unas elecciones en las que, por primera vez en más de dos décadas, corre el riesgo de perder su escaño.Pese a todas las medidas tomadas para que el entierro no se convirtiera en un espectáculo de masas o en un festín para los medios de comunicación, esto no se ha podido evitar por completo.

La presencia del hijo de Jacqueline, John Kennedy, que el domingo salió a patinar por Central Park junto a su novia, la actriz Darryl Hannah, como en un fin de semana cualquiera, y de otros miembros del clan Kennedy, era un atractivo irresistible. Junto a los que no querían perderse el acontecimiento social, otras muchas personas, algunas de ellas con banderas nacionales, se acercaron a las puertas de Arlington con la única intención de manifestar su dolor por esta ausencia que nadie nunca podrá reemplazar.

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