Buen tostón
Moreno / Morenito, Campuzano, Cuéllar ,Cuatro toros de Alonso Moreno (dos fueron devueltos por inválidos), bien presentados, algunos sospechosos de pitones, inválidos, manejables. Sobreros de El Sierro, con trapío: 4º pastueño; 5º descastado. Morenito de Maracay: media atravesada y descabello (silencio); media trasera atravesada perdiendo -la muleta y descabello barrenando (ovación y también algunos pitos cuando saluda). Tomás Campuzano; pinchazo hondo caído y cuatro descabellos (algunos pitos); dos pinchazos bajos y estocada corta delantera baja (silencio). Juan Cuéllar: estocada corta contraria y descabello (algunos pitos); aviso antes de matar, estocada trasera y descabello (pitos y algunas palmas). Enfermería: atendido Morenito de rotura de ligamentos, producida al banderillear. Plaza de Las Ventas, 22 de mayo. 9ª corrida de feria. Lleno.
Los toros salieron inválidos, los toreros sin ánimos para torearlos como Dios manda, los picadores dieron leña, dos cojitrancos fueron devueltos al corral ora con acompañamiento de cabestraje, ora de don Florito, la corrida no se acababa nunca, algún ancianito iba a reventar, y aquello resultó ser un buen tostón.La única novedad venturosa de la corrida fue que no llovió. Quiere decirse que no llovió durante el tiempo lógico que debe durar una corrida, pues al final se puso a pegar pases Juan Cuéllar como si le hubiera dado un ataque, protestó la afición, y se unió el cielo soltando un chaparrón sobre los toros, los toreros, el público en general, los ancianitos, don Florito y la señora de los lavabos, que se había asomado a ver qué pasaba para que no saliera la gente.
Las corridas de toros, son de proverbial puntualidad al empezar y en cambio no se acaban nunca. Las corridas de toros deberían tener fin y sería oportuno aplicar ahora la propuesta que hizo uno de los socios de la empresa, para ajustar los horarios de las corridas a los de la televisión: "A las nueve, que el presidente pegue un trompetazo y se acabó". Los otros socios, más avezados en cuestiones taurinas, se rieron mucho con esa ocurrencia de quien seguramente no había pisado jamás una plaza de toros y le dijeron que no podía ser. Pero sí puede ser.
Cosas más difíciles e impensables se han visto convertidas en realidad: desde premiar por bravo al toro más manso de una feria, hasta conceder la categoría de maestro a un correcaminos zapatillero; desde erigir en suerte suprema de la tauromaquia el salto de la rana, hasta aprobar un reglamento que legaliza el fraude. Sin ir más lejos.
Un toque de trompeta debería dar fin a la corrida, en efecto, principalmente cuando otro pegapases contumaz no ve el momento de terminar su desairada faena de muleta. Bien es verdad que hubo toque de clarín, a manera de aviso, ordenado por el presidente de la corrida, mas para entonces ya era tarde, llovi,¡, el público se agolpaba en los portalones de salida, algunos ancianitos necesitaban asistencia, daba palmas de tango la afición. Los toques de clarín que ponen fin a la presente historia, deberían ser a las nueve en punto, y si para entonces no les hubiera dado tiempo a los espadas a pegar los derechazos que les pide el cuerpo, pues se les acompañaba en el sentimiento y santas pascuas.
Lo sucedido en el transcurso de: las dos horas y media que duró la función, tampoco mereció demasiado la pena. Los toros con fama bien ganada de duros, resultaron blandos de patas y riñonadas y dos de ellos también de pitón; los diestros con fama bien ganada de legionarios, se habían licenciado y preferían contar batallitas.
Morenito de Maracay porfió voluntarioso a un toro aplomado y a otro noble le hizo una faena, sobre ambas manos con cierto gusto y buen temple. Tiene justificación que no le aplicara mejor arte porque al banderillearlo sufrió una lesión que le dejó cojeando, y hubo de torear visiblemente mermado de facultades.
Tomás Campuzano corrió mucho en su primer toro. Embarcaba el derechazo, con el pico y, al rematar, se precipitaba en demanda de lejanos terrenos. Juan Cuéllar muleteó sin temple ni ligazón al tercero. Campuzano aliñó con oficio y aseo al quinto, que era un buey... Evidentemente, nada que fuera a pasar a los anales de la fiesta.
Para entonces, aparte los anodinos sucesos de la lidia, ya se habían devuelto dos toros al corral, uno acompañado de cabestros, otro corrido desde el callejón a punta de chaquetilla por Florito, el mayoral, que escuchó la ovación de la tarde. Pasaban las horas, y pudo advertirse en la andanada de los jubilados gran inquietud, movimientos continuos de entrada y salida. Cosas de la próstata. Y cuando Juan Cuéllar se empeñó en pegarle cuatrocientos pases al sexto, el público en general y los ancianitos en particular escaparon de allí, mohinos y rencorosos. Y, además, mojados, para que no faltara de nada.
Babelia
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