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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

¿No pudo ser una mujer?

La postergación de la mujer a lo largo de la historia del hombre, salvo en rarísimos periodos y en no menos influyentes culturas (¿cómo será la nuestra?), es un hecho poco controvertible. El periodo del paleolítico superior no supuso, según parece, ninguna excepción a esta regla (véase EL PAÍS con fecha de 27 de abril): la mayor parte de su vida se dedicaría, según nos cuentan los expertos, a la procreación y cuidado de la prole, es decir, como casi siempre. Por el contrario, el hombre, inteligente y activo, se dedicaba a la fabricación de utensilios para la caza, que aportaba alimento y abrigo fundamentalmente a su grupo tribal (no me atrevo a hablar de familia). Pero no extenuado por la persecución y muerte de osos y bisontes, también tenía tiempo para decorar las cuevas donde se guarecían (Altamira, por ejemplo).Desconocemos a los artistas paleolíticos, pero, eso sí, al parecer debieron ser hombres. Las mujeres estarían demasiado ocupadas con sus tareas para no defraudar al cazador-artista. La información escrita y gráfica que aparece el 27 de abril no quiere ofrecer ninguna duda al respecto. El artista es un hombre barbudo (véase dibujo de Carmen Trejo), con un dominio singular de pigmentos y demás materiales, que no necesitó de ninguna compañía para pintar la bóveda policromada de la cueva de Altamira (tesis de la pintora Matilde Múzquiz).

Mi pregunta es sencilla. ¿Cuán seguros estamos, de que no fue una mujer, que esperaba la vuelta del cazador y su pieza, la que intentara darle un aspecto más atractivo a su refugio? ¿No dispondría de más tiempo y relajación para la mezcla de colores, observar la superficie sobre las que pintar y representar a esos enormes animales que los hombres traían exhaustos a la entrada de la caverna? No. No puede ser: demasiada genialidad para una mujer. Hasta ellas (Carmen y Matilde) no han podido sustraerse a la implacable inercia de la historia: el artista genial de Altamira fue, ¡cómo no!, un hombre barbudo. Respirar tranquilos, muchachos.-

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