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Tribuna:ARENA Y ASFALTO
Tribuna
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Agua, petardillos e inocentes

¡Oh, glorioso san Isidro! Postrados a tus plantillas los hijos de la gleba, imploramos humildemente que cese ya el diluvio con que has tenido a bien obsequiarnos este año. Algo habremos hecho para merecer esto: agua por un tubo, pocos azucarillos y aguardiente escaso. El sabor que tienen tus ver benas es un sabor a naufragio y a vino bautizado. Mientras en otras latitudes hay bonanza, nosotros, bendito patrono, ajo y agua. Los gatos estamos saliendo ranas; los pecadores, pescadores. Con el agua al cuello, queremos confesar humildemente nuestras culpas, que no son tantas como parece a primera vista. Pero también deseamos cursar los correspondientes pliegos de descargo, a saber:

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1. Lujuria. El paseo de Recoletos, que tiene nombre de frailes, ha sido tomado por la carne desnuda de las gordas boterianas. Sin embargo, esas, orondas camas no provocan el apetito libidinoso, te lo juramos. Todo lo más, despiertan ganas inexcusables de hincar el diente al chocolate y disfrutar del sosiego. Te has dejado embaucar, ioh, Isidro!, por un grupúsculo peripatético de manifestantes flacos esgrimiendo razones sonrojantes y monigotes de Giacometti.

2. Envidia. La derrota del Barcelona en la Copa de Europa fue celebrada en, algunos barrios con cohetes. Una piara de desaprensivos petardos peregrinó hasta la Cibeles para babear ante la diosa bochornosas alegrías, fruto infame de la envidia. Pero semejante actitud fue recriminada adecuadamente por la gran masa de ponderados amantes del balompié y la gastronomía: en Atenas, el escalope a la milanesa estuvo para chuparse los dedos; la butifarra, en cambio, poco curada de espantos, inocente.

3. Adulterio. Durante casi un mes, Madrid está convertido en la capital mundial de los cuernos. Todos los diestros sueñan con salir por la puerta grande rabo en mano. Ahora bien, ¡oh, Isidro!, no se trata de actitudes exhibicionistas ni de faena a la legítima esposa ni de invitación al onanismo, como pregonan los enemigos de la fiesta. Es, más bien, un canto a la fraternidad: echar un capote al hermano, sortear las penas al alimón, levantar a los tendidos, agarrar al toro por los cuernos. No hagas demasiado caso de Manuel Vicent, que propugna envilecer a los miuras dejándoles en simple solomillo. Vicent no es tan fiero como lo pintan.

iOh, celestial Isidro!, con este aguacero no hay inocente que salga a la pradera. Tú que te las ingeniaste para poner a trabajar a los ángeles, sácate de la manga un decreto urgente, haz que cese la lluvia y consigue que nos podamos comer una rosca en la verbena, aunque sólo sea una rosca del santo.

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