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El Menem italiano

Cuando fue elegido presidente de Argentina, don Carlos Menem prometía no ser sino un personaje pintoresco, apoyado por un peronismo desprestigiado: ha resultado un gran presidente reformador. El cavaliere Berlusconi llega al poder en medio de la descalificación y la polémica, con la carga de unos negocios de los que le es difícil desprenderse, acompañado por nacionalistas lombardos y por ex-neo-fascistas: podría dar la sorpresa y sanear a la enferma Italia de corrupciones e intervenciones. (Sigan leyendo, que hay lecciones para España).La formación del gobierno de Silvio Berlusconi ha sido accidentada. El presidente de la República, Oscar Luigi Scalfaro, le escribió una carta de discutible oportunidad antes de que cerrara su lista. Le recordó que tenía la obligación de preservar la unidad de Italia, de mantener los compromisos contraídos con Europa y de proteger a los parados. En la florentina prosa de Scalfaro se leía también entre líneas un aviso sobre los derechos humanos, que la izquierda y la opinión extranjera creen amenazados por la presencia de la Alianza Nacional de Fini en la coalición de gobierno.

Me atrevo a vaticinar algo muy diferente... pero, como dice Cafrune, soy "galopeador contra el viento".

El activo más importante de Berlusconi y su movimiento, Froza Italia, estriba en que ha impedido que alcancen el poder los ex-comunistas. "Ya está el Dr. Schwartz demonizando al contrario", dirán quienes han leído algunas de mis piezas más sonadas. No creo que el signor Ochetto fuera a implantar el estalinismo en Italia. Señalo que no habría atacado la causa central de la tangentopoli, de la corrupción del Estado en la I República Italiana: la extensión tentacular del Estado hasta los más remotos rincones de la economía.

Uno de los puntales de la campaña electoral de Forza Italia ha sido mi amigo Antonio Martino, antiguo presidente de la Mont Pelerin Society, el club de economistas liberales fundado por Friedrich von Hayek en 1946. Ahora (¡horror de horrores para los maastrichtones!) es un ministro de Asuntos Exteriores euroescéptico.

Además ha inspirado el programa electoral de privatización y desregulación radical de Forza Italia. La mayor parte de la corrupción de la I República nació del reparto, entre los prebostes de los partidos y sus clientes, de puestos y negocios en las empresas y organismos del Estado -lo mismo que ha ocurrido en España bajo los gobiernos socialistas-.

La nueva prosperidad que va a traer consigo la liberación de la economía italiana plantea a Berlusconi el problema de cómo evitar que esas medidas parezca que van encaminadas al aumento de su fortuna personal. No es fácil entregar a un tercero neutral la administración de un imperio tan personal como el del cavaliere.

Tampoco es tan grave el que participe en el Gobierno la Liga Lombarda. Los italianos del norte están cansados de mantener a paniaguados de todas las clases sociales, especialmente los del Mezzogiorno. El economista alemán Peter Bernbolz llama a los fondos de cohesión y de solidaridad regional "fondos para subdesarrollar". Es comprensible que los lombardos pidan la federalización de la Hacienda pública.

Habrá que ver en la práctica si el signor Fini ha cortado el cordón umbilical entre su Alianza Nacional y el neo-fascismo, como Fraga hizo con Alianza Popular respecto del franquismo. Por de pronto, el ministro Martino va a visitar Israel para señalar la hermandad de Italia con el único país democrático del Medio Oriente.

En suma, Italia precisaba (y España necesita) un gobierno que, al curar la elefantiasis estatal, reduzca la tentación de malversar, prevaricar y robar.

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