La transición salvadoreña
Rondando la medianoche del domingo 24 de abril, las cifras que facilitaba el Tribunal Supremo Electoral de El Salvador comenzaron a aproximarse, como era de esperar, a las obtenidas varias horas antes -mediante la selección de las mesas adecuadas y la rápida transmisión de sus datos- por José Juan Toharia y su equipo, encargados por las Naciones Unidas de llevar a cabo el conteo rápido.
Al final de la madrugada, los resultados del recuento oficial conseguían ajustarse a los del conteo. La realidad matemática había logrado imitar al arte sociológico, y Armando Calderón Sol era proclamado virtual presidente electo.
El triunfo de Arena sobre el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en la segunda vuelta de las presidenciales salvadoreñas era perfectamente previsible y no se temían fraudes significativos. Pero, por si acaso, como en la primera vuelta, ahí estaban los datos del conteo rápido como advertencia y última garantía. El mensaje era claro: nada de trampas, señores, esto va en serio; los ojos del mundo vigilan atentamente la limpieza del proceso.
En nombre de los antiguos guerrilleros del FMLN, su candidato presidencial, Rubén Zamora, reconoció conciliador el triunfo de la derechista Arena. Alfredo Cristiani, el presidente saliente, llevado quizá por la euforia del triunfo, festejó en cambio los resultados con un discurso tremebundo, dedicado a recuperar las simpatías de los ultraderechistas militantes areneros, que serán su baluarte una vez que abandone la primera magistratura.
Fuimos muchos los sorprendidos por la repentina virulencia de Cristiani. Muchos fuimos también los sorprendidos por la novedosa moderación de Calderón Sol, más interesado en dar garantías a la comunidad internacional sobre su intención de cumplir los acuerdos de paz que en cantar loas al mayor D'Aubuisson, fundador de Arena y promotor de los escuadrones de la muerte.
El mantenimiento de la paz y el diálogo en El Salvador depende ahora, más que de ninguna otra cosa, de que la atención internacional no decaiga, de que la presión y el control continúen. De que todas las partes interesadas se sientan observadas. Con toda diplomacia y dentro del más exquisito respeto por la sensibilidad de cada quien. Pero atentamente observadas.
La cooperación internacional, y en primer lugar la española, ha sido decisiva en este proceso de transición a la democracia, que está todavía a mitad de camino y puede convertirse en un magnífico ejemplo a imitar o en un funesto error a evitar. La colaboración de España fue decisiva para que pudiera darse el primer paso: separar y desarmar a los contendientes. Lo está siendo en la preparación de la nueva Policía Civil, única esperanza de acabar con la monstruosa impunidad que aún impera. Los repetidos aplazamientos de la disolución definitiva de la antigua Policía Nacional dan idea de la resistencia que oponen al cumplimiento cabal'. de los acuerdos de paz aquellos que habían transformado al Estado en una banda de pistoleros.
No hay muchos sitios como en El Salvador donde la labor de los cascos azules de las Naciones Unidas sea motivo de elogios generalizados. No hay muchos países de América Latina en los que en lugar de las habituales referencias. jocosas a la madre patria se oiga hablar de la importancia de lo que España ha hecho y está haciendo. Aunque sólo sea por eso, vale la pena que el esfuerzo se mantenga y la atención no decaiga.
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