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Más deporte y menos latín

En las postrimerías del franquismo, un ministro, conocido como La Sonrisa del Régimen, pronunció, lapidario, la frase que encabeza este artículo ante el proyecto entonces en curso de reducción de la enseñanza del latín en el bachillerato y las polémicas que se habían abierto. Veinte años han pasado desde entonces, han cambiado las circunstancias políticas y la arremetida contra las humanidades dista de haberse detenido. El latín alcanzó enseguida la precaria presencia que tanto gustaba a La Sonrisa del Régimen, y ahora, en la reforma de la enseñanza que ha auspiciado la democracia, va a desaparecer como materia obligatoria, dando así cumplida y paradójica satisfacción a los deseos de aquel sonriente ministro.Pero no sólo es el latín; parece que la enseñanza de la filosofía se encuentra también en la picota. Se dice que en el examen de selectividad le van a dar boleta como anuncio de supresiones más profundas, aunque no conocemos todavía qué alternativa se le opondrá: si deporte, si educación vial, si saberes lúdicos, si integración compensatoria.

El caso es que las humanidades se siguen batiendo en retirada de la enseñanza obligatoria o preuniversitaria. Cual aceite sobre agua, el cambio político ha sobrenadado esta decadencia, como si por el caserón ministerial de la calle de Alcalá no hubiera pasado el tiempo ni hubiera pasado nada. Más todavía: con los nuevos planes en marcha, la enseñanza de la literatura va a quedar aún más constreñida de lo que ya lo está, pero, eso sí, tendremos, seguro, más deportes, más técnica! de hogar u hogareñas (la Sección Femenina era perita en ellas), más de todo aquello que amaba la sonrisa aquella del régimen aquel.

Hace unos meses, alertaba con razón don Pedro Laín Entralgo sobre la posibilidad de que los niños catalanes no sepan dentro de unos años quiénes son Cervantes o Lope de Vega. Pero, al ritmo que van las cosas, lo que puede ocurrir es que la inmensa mayoría de los españoles, y no sólo los catalanes, lo desconozcan todo, o casi todo, sobre el autor del Quijote o el de La Dorotea. Pedagogos con audiencia en la calle de Alcalá han dicho alguna vez -soy testigo de ello- que una buena novela policiaca era preferible a las venerables antiguallas, que valían, en todo caso, para los adultos.

Ni la filosofía, ni la literatura, ni el arte, ni la historia, otra amenazada de deglución en el ambiguo mar de la sociología, necesitan de justificación alguna que razone su presencia en la instrucción de los españoles. Las justificaciones son la dialéctica del que se sabe inferior. Cuando se apela a ellas suelen decirse vaguedades, si no afirmaciones más que problemáticas, cual la de justificar la enseñanza del latín por el fortalecimiento de la disciplina intelectual o la enseñanza de la literatura por el conocimiento de. nuestra historia, como si no hubiera otros medios para alcanzar rigor intelectual o para saber qué hemos sido. Las humanidades son inútiles y hay que defenderlas desde su esencial inutilidad, entendiendo el concepto de utilidad en su acepción productiva, que es estrictamente burguesa, positivista.

Por eso, de lo que se trata en última instancia es de saber qué tipo de ciudadano queremos. Si el horizonte es el que cada vez con más fuerza perfilan los audiovisuales comunicadores de basura y los triunfadores que dejan en la estacada los ahorros y empleos de cientos de miles de personas, entonces es evidente que las humanidades sobran. Todas, sin excepción. Con un poquito de gramática -y ni siquiera mucha- se puede ir tirando; ya aquel palurdo del artículo de Larra decía que a él le bastaba con la gramática parda. En esta perspectiva, y por más vueltas que le demos, la historia no es maestra de la vida ni de nada; sólo una pesadez que, a lo sumo, puede ayudar a ganar algún concurso televisivo. Igual que la filosofía: casi siempre sale Kant en algún concursito de ésos. Velázquez y Picasso son también muy socorridos.

Pero sería parcial cargar todas las responsabilidades sobre el Ministerio de Educación. En los tiempos de los mass media, el campo de la instrucción no puede quedar limitado a su estricto ámbito de actuación. Y ahí está la poderosa televisión pública llevando, sin duda hasta sus últimas consecuencias, la apelación antihumanística de La Sonrisa del Régimen. En una ocasión, el encargado de un minúsculo y deletéreo programa literario (una especie de Walt Disney rosadito) me indicó que no se podían hacer "programas para eruditos". Esta última palabra la pronunció con tal énfasis despectivo que me hizo pensar en un peligroso y críptico apogeo de las consignas vitalistas, sanas, higiénicas, antiliterarias, cuya identidad fascistoide es bien conocida, aunque, eso sí, este discurso fascistoide de ahora mete en el mismo 'saco el deporte, los culebrones y los reality shows. Se da por sentado que los eruditos, vehemente versión de la palabra cultos, no pagan impuestos ni tienen derecho a ver la televisión. Bernard Pivot no es posible en España, pero llamarse Ente Público, considerarse autónomo y entramparse a fondo para que al final llegue el Estado y pague, eso sí lo es.

No hay quien pare, por lo visto, la arremetida contra las humanidades, aunque nadie, o casi nadie, con responsabilidades parece platearse si de tal operación de acoso y derribo va a inferirse una mejora de los niveles culturales de los ciudadanos. Porque en este proceso -vamos a llamarlo así- llevamos casi veinticinco años, desde 1970, fecha en que se promulgó la Ley General de Educación, y todavía está al menos por demostrar que tales niveles hayan mejorado; bien al contrario, existen indicios alarmantes de que nos encontramos ante una analfabetización funcional de sectores muy considerables de la población, aunque el hecho se tienda a ocultar o a enmascarar. No era ésta, por cierto, la aspiración de don Francisco Giner de los Ríos, tan invocado por los últimos responsables de nuestra política educativa. Pero con las invocaciones retóricas no basta, aunque, sin duda, sea preferible oír hablar de Giner que escuchar lo de "más deporte y menos latín".

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