La línea de Aznar
EL LÍDER de la oposición conservadora reiteró ayer su idea de que la única salida posible a la crisis política actual es la dimisión de González y su sustitución por otro miembro del PSOE. Ésa es una alternativa posible, pero ni es la única ni necesariamente la mejor. Excepto para los intereses de Aznar.La táctica de su partido consiste desde hace un año en disparar directamente a la cabeza: puesto que las elecciones de junio tuvieron un fuerte componente presidencialista y fueron ganadas por González de manera muy personal, es a él a quien hay que atacar, responsabilizándole, de manera también personal, de todos los males. Es una táctica que recuerda a la de González contra Suárez entre 1979 y 1981. Los efectos de la táctica de González acabaron siendo buenos para los socialistas, pero no lo fueron para el sistema, al que hicieron correr riesgos considerables.
La sustitución de González por otro socialista no reforzaría la legitimidad del Gobierno, cuestionada por los escándalos, sino que la desgastaría aún más. Precisamente porque las elecciones tuvieron ese fuerte componente personalista, cualquier otro presidente aparecería como un intruso (o un usurpador): sería un motivo adicional de división en las filas socialistas y favorecería la táctica de los conservadores de llevar hasta el final la deslegitimación del Gobierno a fin de asegurarse la mayoría absoluta. Por ello, la acusación de que González antepone sus intereses personales a los del sistema democrático resulta, en boca da Aznar, sospechosa.
Ello no significa que no tenga razón el líder conservador al responsabilizar a González del clima de permisividad y tolerancia en que han germinado los escándalos de corrupción. Pero esa responsabilidad genérica no puede identificarse sin más con la responsabilidad política directa que han determinado las dimisiones de varios ministros y ex ministros. Aznar aseguró que su partido reaccionó con prontitud a sus propios escándalos de financiación irregular, pero las inequívocas menciones a su nombre (y al de Fraga) que aparecen en las cintas del caso Naseiro no le llevaron a plantearse su propia dimisión como presidente del Partido Popular.
Por ello, si bien es digno de consideración su argumento de que quien ha tolerado la corrupción difícilmente podrá encabezar la lucha contra ella, Aznar lo emplea de manera ventajista. Y ayer dio la sensación de lamentar que el Gobierno dé muestras, por tardías que parezcan, de reaccionar contra esa tolerancia.
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