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Los norteamericanos conquistan Praga

Más de 30.000 artistas y escritores ven la capital checa como el París de entreguerras

Unos treinta mil norteamericanos, sobre )do artistas jóvenes, se han instalado en la capital espiritual de Europa central en busca e inspiración y oportunidades. Ven Praga como si fuera el París del periodo de entreguerras, cuando Ernest Hemingway, Ezra Pound o Scott Fitzgerald visitaban la legendaria librería Shakespeare & Co., en la que James Joyce escribió parte del Ulises. Hay en ello elementos ideológicos y románticos, pero también influye el coste de la vida y la posibilidad de montar prósperos negocios aprovechando la fascinación que profesan los praguenses por todo lo norteamericano.

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La insobornable fascinación por todo lo estadounidense

En un subterráneo húmedo y frío de Praga, sin teléfono, donde falta el aire fresco y la luz natural, el joven poeta norteamericano Jeffrey Young ha encontrado finalmente la inspiración literaria que buscó durante años en Estados Unidos. La ilusión de escribir en la metrópoli centroeuropea lo hace más feliz que la perspectiva de regresar a casa en Savannah, en el Estado de Georgia, y comenzar a trabajar en el próspero bufete de abogados de su padre. "La vida aquí es como era en Occidente hace 20 años. Es más lenta, más romántica y más tradicional", explica este joven de 26 años, de rostro pálido y voz suave, a quien sus padres catalogaron de "demente" por dar la espalda a una brillante carrera profesional.Young es parte de la comunidad de norteamericanos, especialmente pintores y escritores, que llenan los cafés literarios y las galerías de arte de Praga. Con su pequeño ordenador Apple, sobre una angosta mesa llena de tazas de café a medio tomar y ceniceros rebosantes de colillas, Young ha logrado junto a otros dos escritores norteamericanos y editar Trafika, una revista literaria trimestral en inglés, que se distribuye internacionalmente desde la ciudad de oro. Su héroe, como el de muchos de sus compatriotas, es el presidente-poeta Vaclav Havel. Otros norteamericanos, aquellos con ambiciones pecuniarias, tienen otro ídolo, el primer ministro Vaclav Klaus, el intransigente defensor del libre mercado.

Es difícil calcular exactamente el número de norteamericanos que viven en Praga, pero las cifras más fiables lo establecen en torno a unas 30.000 personas, con una media de edad de entre 20 y 30 años. Llegaron con sus ahorros en una especie de fiebre del oro y con un activismo intenso han cambiado el rostro de la ciudad, instalando más de 400 empresas y negocios como librerías, teatros, periódicos, lavanderías de autoservicio, pizzerías al estilo de Nueva York e innumerables clubes nocturnos que han hecho furor entre los checos. No es sólo la magia de la ciudad del Golem y de Kafka la que ha atraído a los artistas norteamericanos, sino también el más prosaico argumento del coste de la vida, que sigue siendo más bajo que en la mayoría de las capitales europeas. Otro poeta asegura que con la misma cantidad de dinero sobrevive "en París sólo dos meses, en Budapest seis y en Praga, un año". Como muchos escritores, trabaja enseñando inglés 20 horas a la semana, lo que le permite un ingreso mínimo para comer salchichas en quioscos callejeros, vivir en un pequeño piso en el que a veces cortan el suministro de agua y escribir su poesía.

Este poeta del subterráneo, que camina diariamente entre las angostas calles del centro antiguo de la ciudad, dice que Praga es inspiradora porque existe "un profundo sentido de la historia. Aún está viva la generación que sufrió la guerra, la ocupación nazi, el comunismo, mientras que la historia de Estados Unidos la encontramos sólo en los textos de estudio".

Confia que en Praga, a pesar de los millones de turistas sobre los puentes, mantendrá intacta su identidad, "que ha resistido a varías invasiones", pero reconoce que la ciudad de los castillos se transforma en julio y agosto, los meses de las vacaciones europeas, en una especia de Disneylandia-histórica. De sus compatriotas critica que muchos de ellos pasan por Praga "y se quedan en los cafés hasta que se les acaba el dinero y como autistas no se mezclan con checos".

Orgasmo gritón

Se les puede ver en el café de la librería The Globe Bookstore. "Pague el libro antes de entrar en el café" advierte un cartel. Son jóvenes de apariencia nostálgica, fumadores en cadena de cigarrillos baratos que abandonaron el sol de California, la urbanidad de Washington y las campañas antitabaco para vivir en pisos de tercera clase con vistas a las chimeneas y la niebla gris de los largos inviernos de Praga. Uno pinta un retrato, otro dibuja caricaturas que publicará en el Prague Post y otro se sumerge en la lectura de La insoportable levedad del ser, de Kundera.Menos misterioso y más desinhibido es el ambiente en Radost, un complejo cultural en pleno centro de Praga con galería de arte, restaurante vegetariano y una discoteca para 1.500 personas. Su propietaria, la neoyorquina Bethea Zoli, decidió instalarse en Praga después de atravesar la clásica crisis de los cuarenta. En Praga, dice, "todo lo que haces tiene un efecto sobre la sociedad, desde introducir comida vegetariana, hacer campañas sobre el sida o luchar contra la segregación racial dejando entrar a negros en mi local".

En la discoteca, dos jovencitas checas con minifalda bailan solas e, imitando el acento norteamericano, piden un screaming orgasm (orgasmo gritón): licor de almendras, de café y zumo de piña.

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