El concierto que pudo ser
Gary Burton Quartet
Gary Burton (vibráfono), Makoto Ozone (piano), John Lockwood (bajo eléctrico) y Frederick Richards (batería). Círculo de Bellas Artes. Madrid. 30 de abril.
Berklee (Boston) es la madre de las escuelas musicales. Es muy probable que más del 80% de los músicos de rock, pop y jazz: norteamericanos hayan pasado por sus aulas en algún momento de su etapa formativa. Cuando sale, crecidísimo en su ego artístico, es casi un suicidio hacerle algún reproche a un hijo de Berklee.Conviene ir con cautela porque se le ha capacitado para fundamentar detalladamente el motivo de cada decisión estética. No es extraño, pues, que Gary Burton, profesor del centro desde 1971, se haya convertido en una especie de oráculo a quien se puede consultar sobre lo divino y lo humano en materia musical.
Sin embargo, todavía no ha alcanzado la infalibilidad. Salta a la vista que su banda mejoraría mucho reducida justo a la mitad. Es una lástima que con las bellas páginas que ha escrito en solitario o a dúo con Chick Corea y Steve Swallow, el vibrafonista haya elegido la fórmula de cuarteto para su gira española.
Resulta adecuada y oportuna la inclusión en el grupo del extraordinario pianista japonés -Makoto Ozone, pero es difícil justificar la presencia de John Lockwood y Frederick Richards. Lockwood administra con la mejor voluntad el timbre gangoso y algo innoble del bajo eléctrico, un instrumento pensado para menesteres ajenos al jazz, mientras que Richards acentúa e introduce fatigosas figuras rítmicas poco recomendables para el feliz desarrollo del swing.
Mano a mano
En estas condiciones no hace falta decir que lo mejor llegó, cuando se quedaron. mano a mano Burton y Ozone. Fue como si hubiera entrado en la Sala de Columnas un rayo de luz anunciando a la musa de la inspiración musical. En la primera sesión, con una excelente pieza de Corea en homenaje al inmortal Bud Powell y un precioso tango de Astor Piazzolla, alcanzaron cotas inasequibles para el común de los músicos mortales.
Burton utilizó de manera casi milagrosa la técnica de las cuatro mazas, reservada a los colosos del instrumento, y Ozone extrajo toda la grandeza expresiva del piano. La vuelta de Lockwood y Richards devolvió a la realidad y distanció sin consideraciones del maravilloso concierto que pudo ser.
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