Comercio mundial
TRAS MÁS de siete años de languidecientes negociaciones de la Ronda Uruguay en el seno del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), se ha alcanzado un acuerdo, suscrito por 124 países durante el pasado fin de semana en Marraquech, que puede ser considerado el más ambicioso por la liberalización del comercio mundial. Tras su ratificación por algunos parlamentos nacionales, entre ellos el Congreso estadounidense, se habrán reducido de forma significativa las tarifas arancelarias sobre los productos industriales (hasta un 38%), los subsidios a la exportación y quedarán establecidas nuevas reglas en el comercio agrícola y de servicios. Se espera que todo ello contribuya al aumento del comercio mundial en más de 750.000 millones de dólares anuales, en la perspectiva del año 2002, con el consiguiente aumento de la producción.La creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC) es el otro gran acuerdo. Se pone fin con ella a esa peculiar situación que derivó de los Acuerdos de Bretton Woods hace 50 años, de los que emergieron el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, pero que impidió, por la oposición estadounidense, la creación de una agencia específica que controlara el comercio mundial y resolviera los conflictos específicos. A partir de 1995, el GATT será sustituido por esa nueva organización y las viejas rondas de negociaciones darán paso a un órgano específico para la resolución de conflictos entre los países o bloques comerciales en el seno de la OMC.
Pero la firma no puede ocultar algunos importantes problemas susceptibles de amenazar esa nueva época que se trata de iniciar en las relaciones comerciales internacionales. En primer lugar, el contencioso entre las administraciones de EE UU y Japón y el enfrentamiento entre los países ricos y pobres como consecuencia de la pretensión de aquéllos de nivelar los costes sociales entre ambos grupos de países.
La apertura del mercado nipón y la adopción efectiva de políticas de estímulo a la demanda de importaciones siguen condicionando la necesaria normalización del clima comercial mundial. Los encuentros entre los representantes de EE UU y Japón en Marraquech no han conseguido romper el bloqueo y ahí sigue, por tanto, esa sección 301 de la regulación comercial estadounidense como principal amenaza a ese nuevo clima.
El otro frente abierto es el que rodea la pretensión de algunos países industrializados de imponer una "cláusula social" en los acuerdos destinada a homologar el tratamiento de los derechos sociales mínimos. Pocos piensan en la dimensión social o humanitaria de esa pretensión, cuya urgencia no sería tal si no fueran crecientes las ventajas comparativas de algunos de esos países en desarrollo en sus relaciones comerciales con los más ricos. Una cierta hipocresía, en efecto, subyace en planteamientos tales y en su calificación de dumping social, tanto más explícita cuanto que las condiciones laborales de algunos colectivos de ciudadanos en EE UU, y en menor medida en algunos países de la Unión Europea, no alcanzan los mínimos que reclaman de los países en desarrollo.
Que la ceremonia de Marraquech sirva para algo dependerá en gran medida de los Gobiernos de los países industrializados. En particular, del de Estados Unidos, que hace medio siglo impidió el nacimiento de una instancia estable y convirtió la pretensión por normalizar las relaciones comerciales internacionales en una serie de nómadas rondas de negociación cuyo final no equivale necesariamente a la definitiva inmunización frente a las permanentes tentaciones proteccionistas.
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