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Curro se deja vivo un toro

Rojas / Romero, Ojeda, Ponce

Toros de Gabriel Rojas, desiguales de presencia, cuatro con trapío y bien armados, flojos en general, con casta; 3º y 6º (lote de Ponce), sin trapío, inválidos y sospechosos de pitones, se lidiaron bajo responsabilidad del ganadero. Curro Romero: cuatro pinchazos, descabello -primer aviso-, intentos de descabello sin ejecutarlo -segundo aviso- un descabello -tercer aviso-; el toro es devuelto al corral (protestas); dos pinchazos pescueceros, media perpendicular ladea y descabello (algunas palmas). Paco Ojeda: siempre perdiendo la muleta, pinchazo y media tendida trasera caída (silencio); pinchazo bajo, media tendida atravesada caída, rueda de peones y descabello (algunos pitos). Enrique Ponce: pinchazo perdiendo la muleta y estocada corta (ovación y salida al tercio); dos pinchazos y estocada corta caída. Curro fue despedido con lanzamiento de almohadillas y Ojeda con gran pitada. Plaza de la Maestranza, 20 de abril. 10ª corrida de feria. Lleno.

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Saltó a la arena el primer toro, un galán largo, serio, de pavorosa cornamenta, y alguien vaticinó: "Este no lo mata Curro". Debía ser un acendrado currista, diríanle curritista, o más bien currósofo, porque acertó. Y fue Curro, y se dejó al toro vivo. Es decir, que se lo devolvieron al corral, previos los tres avisos reglamentarios y todos los pronunciamientos que son del caso.Y, sin embargo, no parecía que se iba a dejar vivo al toro porque, valiente como nunca, aguantó sus primeras arrancadas embarcándole en verónicas torerísimas, y era el desagradable episodio de varas cuando solicitó a la presidencia que cambiara el tercio. Se equivocó Curro, se equivocó el público -que ya se frotaba las manos de gusto presintiendo una explosión de arte-, se equivocó un servidor, y allí el único que no se equivocó fue el currista, curritista y currósofo, que repitió: "No lo mata".

Cuanto había de acaecer, y acaeció (estaba escrito en el libro de la historia, no cabe duda) consistió en una nueva manifestación de torería de este Curro Romero incombustible; unos ayudados, pases de tirón hacia los medios, una intentona de torear en redondo. Y al comprobar el sentido que desarrollaba el toro, decidió matarlo. Cómo, no se sabría explicar. Pinchaba Curro donde cayera, apretaba a correr. Sonó un aviso. Curro tomó la espada de cruceta para descabellar, pero desde donde pretendía hacerlo era imposible.

Sonó el sundo aviso mientras el toro, ya recrecido y pregonao -la paciencia tiene un límite-, pretendía coger a los banderilleros, pretendía coger a Curro -¡calla, corazón!- y como no se dejaban, se consoló arrebatándoles los capotes y haciéndolos trizas. Finalmente sonó el tercer aviso y pudo apreciarse entonces que el toro serio de pavorosa cornamenta estaba más entero que la madre que lo parió. Poderoso y enfurecido, no se quiso ir al corral y si llegan a dejarle, les pega a los cabestros una cornada por la parte del carné de identidad. Hubo de ser Lebrija, el puntillero, quien acabara con el toro, desde el burladero, mediante certero cachetazo.

La bronca se cernía por sobre la Maestranza y ya se aprestaba el público al escándalo en el cuarto toro cuando se hizo presente Curro en su majestuosa incombustibilidad, dio unas verónicas exquisitas, dirigió con maestría la lidia, instrumentó un pase de la firma excelso y, en esa precisa suerte, al toro se le rompió una patita. Dios no estaba ni con el faraón de Camas ni con la dilecta afición, ni con el arte, es evidente. Y el currósofo sentenció: A ese sí lo iba a atoreá.

Curro Romero debía ir de generoso mecenas, de padre de las criaturas, acaso de primo, o no se explica por qué le echaron los toros de mayor trapío de la corrida. Los de Ojeda, salieron medianejos y toreables, pese a lo cual este torero reaparecido no pudo con ellos y aún se confió menos. Menudo petardo. Los de Ponce no tenían presencia, sus maformados pitones suscitaban sospechas, padecían invalidez. Al primero de ellos Ponce lo toreó con facilidad y gusto en redondo, sin gracia ni mando en una sola tanda de naturales, frío y distante en la repetición de los derechazos. Eso si el toro no se caía, lo que ocurrió varias veces. En una de ellas gritó un espectador: "¡Toros corruptos!" ¡Oh, qué frase! En realidad se le entendió corruptus, y si fue así sería porque hablaba en latín, y entonces habría dicho: Bos corruptus. No vobiscum, según entendió alguien, porque eso pertenece a distinta liturgia.

Toro corrupto o corruptus resultó también el sexto, que sacó castita y deslució la faena de Ponce, escasamente dominadora y poco agraciada de suyo. A nadie importó demasiado, no obstante. La expectación se centraban en Curro y las almohadillas que le iban a tirar. Se las tiraron, efectivamente. Aunque no muchas, ni a dar. A fin de cuentas sólo pretendían subrayar una fecha para la historia: era la primera vez que le devolvían un toro al corral a Curro Romero, a los 35 años de su reinado en la Maestranza.

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