Sin fumar y con los pies descalzos
El archipiélago de las Galápagos es uno de los destinos turísticos más complicados de alcanzar. El coste económico -en torno al medio millón de pesetas para un turista español- es ya disuasorio. Además, los permisos de entrada que el Gobierno ecuatoriano concede con cuentagotas logran que los buscadores de paraísos pospongan una y otra vez la visita a las islas en las que Darwin desarrolló su teoría de la evolución de las especies.Isabela, la isla afectada por el fuego, es la más grande del archipiélago. En torno a un sorprendente lago verde situado por encima del nivel del mar, y sobre un suelo casi negro, se amontonan arbustos en los que sorprende la ausencia de insectos. En las playas de Isabela se pueden contemplar algunos de los pocos ejemplares de galápagos que viven en libertad y que contemplan distantes a los visitantes. El único punto donde los visitantes pueden contemplar las distintas especies de galápagos (hay 15 diferentes) es en la isla de San Cristóbal, en el Centro de Investigación Charles Darwin.
En Isabela, como en el resto de las islas, salvo en Santa Cruz, los biólogos han marcado unas férreas normas para los visitantes destinadas a que nada perturbe la vida de los animales y las plantas. Nadie puede encender un cigarrillo. El recorrido se hace sin apartarse ni un centímetro de las sendas marcadas por los investigadores y está absolutamente prohibido tocar a cualquier animal o llevarse de recuerdo una concha, una pluma o la púa de un erizo.
Se llega al extremo de que la mayor parte de los desembarcos en las zonas de visita de las islas hay que hacerlos con los pies descalzos para que ningún cuerpo extraño penetre oculto en la suela de los zapatos.
El peligro del turismo
Todos los cuidados parecen ser pocos para que nada altere la vida de los habitantes naturales de las islas. Pero, pese a ello, los grupos conservacionistas vienen reclamando desde hace tiempo que el archipiélago sea clausurado al turismo; consideran que las alrededor de 40.000 personas que anualmente desembarcan en este zoo natural perturban el equilibrio ecológico del archipiélago. Piensan que los 10.000 residentes fijos de las islas, que aumentan a un ritmo del 10% anual, representan de una manera más que suficiente a la especie humana. No sólo los forasteros humanos representan un peligro; también los animales domésticos que han llegado con el hombre -cabras, cerdos, vacas, perros y gastos-; y que amenazan seriamente a unas especies que nunca conocieron predadores.
Las presiones de estos grupos han llegado a los organismos internacionales que ayudan económicamente a la recuperación de las especies en este parque natural y cuya ayuda se estima superior al dinero que el gobierno ecuatoriano recauda con las visitas turísticas. Las presiones son tantas que hace pocas semanas, en San Cristóbal, la capital del arquipiélago, se aseguraba que el cierre de las islas al forastero era inminente. El incendio puede acelerar las decisiones.
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