El toro que cantó la gallina
El cuarto toro, que parecía bravo, acabó cantando la gallina. Paradojas de la vida. Derribó en el primer encuentro con el caballo, recargó en el segundo mientras el individuo del castoreño le tapaba arteramente la salida y, al sufrir por tercera vez el castigo, salió corriendo en dirección al chiquero.La tercera vara: ahí es donde el toro dio la cantada, llámanlo asimismo seguidilla, martinete, gregoriano o jota aragonesa. La tercera vara es lo que preguntaba el ministro aquel del reglamento para qué valía y por qué tres -"¿le tiene usted manía al número tres o es un capricho"?-; y la mayoría de los ganaderos no quieren ni verla, y muchos de ellos tampoco deben conocer cuál sería el motivo de que la exigieran todos los reglamentos habidos hasta la aprobación del papelote infumable ese, actualmente en vigor.
Domecq / Mendes, Rincón, Joselito
Toros de Marqués de Domecq, (uno devuelto antirreglamentariamente al romperse un pitón), bien presentados aunque varios sospechosos de pitones; mucho el 3º, que se lidió bajoresponsabilidad del ganadero; mansos y deslucidos; 6º, sobrero, inválido y noble. Víctor Mendes: pinchazo, media trasera, rueda de peones y descabello (silencio); dos pinchazos y descabello (silencio). César Rincón: pinchazo hondo bajo, rueda de peones y descabello (silencio); tres pinchazos y estocada (silencio). Joselito: estocada corta ladeada (aplausos y también algunos pitos cuando saluda); estocada (silencio). Enfermería: asistido el picador Juan Sánchez, derribado por el 1º, de lesión en una rodilla; pronóstico reservado. Plaza de la Maestranza, 19 de abril. Novena corrida de feria. Lleno.
Le va a ocurrir al tercio de varas lo que al de banderillas, cuya utilidad casi nadie sabe. Algunos creen que se inventó para fastidiar. De un lado, al toro; de otro, a los banderilleros, para que pasen fatigas y suden el terno. Le va a ocurrir al tercio de varas pues su correcta ejecución ya ha caído en desuso.
Todos los toros, salvo el cuarto, recibieron apenas dos varas y todos parecían bravos (aproximadamente) hasta ese momento. Es lo habitual. Hay toros para los que incluso piden el indulto por esas plazas de Dios después de haber recibido una sola varita, y eso les vale a los ganaderos para demostrar que sus productos son ahora más bravos que nunca y, de paso, subirles el precio. Hasta que aparece uno un poco más fuertecito, ha de acudir tres veces a los caballos, y es entonces cuando empieza a dar la medida exacta de su bravura o quizá de su mansedumbre.
A ese toro manso le instrumentó Víctor Mendes los derechazos mejor ligados de la tarde. El torero, que debió sentir próximo el triunfo pues el público de la Maestranza le jaleaba, tuvo un arranque de optimismo y se llevó al toro a los medios, creyendo que allí le embestiría boyante. Craso error, porque ocurrió al revés; y el toro, seguramente aterrorizado en aquellos espacios abiertos e ignotos, volvió grupas buscando el refugio de las tablas.
Los mejores derechazos de la tarde... Tampoco había que esforzarse mucho para lograrlos. El propio Mendes, banderillero valiente y seguro, los dio malejos al primero, un manso incierto que se había tirado al picador encima, en una arrancada de latiguillo. Y César Rincón, peores. El empeño derechacista de César Rincón acabó siendo enternecedor. A pesar de que su primer toro se iba al bulto cada vez que intentaba darle el derechazo, lo repetía con tenaz insistencia. Al quinto, que primero se rompió un cuerno y luego se lesionó una patita, el pobre, también quiso pegarle derechazos. Como si no hubiera ningún otro pase en la tauromaquia. Posiblemente no lo haya ya. Si nadie los practica, y acaso ni permanecen en el recuerdo, es igual que si no existieran.
Joselito, en su moza juventud torero de recia categoría técnica y amplio repertorio artístico, es un fiel seguidor de la teoría de los derechazos y pretendió dárselos al tercer torillo de la tarde, que era de condición aplomado. Estuvo porfión y valiente con ese toro, pero ocho minutos pretendiendo perpetrar derechazos es un espacio de tiempo excesivo y acabó aburriendo a la afición.
El sexto se rompió un cuerno en uno de esos bestiales derrotes que provocan los banderilleros desde el burladero, la presidencia lo devolvió antirreglamentariamente, y el sobrero resultó ser el único toro noble de la corrida. Joselito, en cambio, no se enteró. Los derechazos que pegaba eran movidos y astrosos, sin causa justificada: el toro, inválido por más señas, no tenía ninguna culpa.
Resultó -paradojas de la vida- que quien ahora daba el cante era el propio Joselito. Un cante estridente y desafinado que llamaba lluvia y provocó música de viento. O sea, pitos. Extraño suceso y novedad sensacional, en plaza tan silenciosa.
Babelia
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