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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

¿Tropezaremos en la misma piedra?

Cuando yo era niño (1930-1936) mi ánimo andaba muy atribulado, y a partir de esos años estuvo sometido, subyugado y ahora está escamado. Me explicaré.En aquellos dorados años de mi infancia era, a la sazón, como todo el mundo sabe, don Manuel Azaña el presidente de la Segunda República, y según las coplas que se oían por las esquinas (entonces a estos pueblos apenas llegaba algún periódico, la radio se oía sólo en la casa de algún potentado, la televisión no había llegado; por tanto, las coplas populares suplían la carencia de medios de comunicación), según las coplas, repito, Azaña era un monstruo, la frase más linda que le aplicaban era llamarle "el tío de las verrugas"; había otras que llegaban a meterse con su madre: "Ya viene el verano, ya viene la fruta, que se muera Azaña, que es un hijo...".

Yo fui educado en el seno de una familia que, sin comerse los santos, era católica, y cuando iba a la iglesia, los improperios contra Azaña y los suyos subían de tono. El cura, desde el púlpito, nos advertía de grandes males por culpa de los azañistas, vociferaba hasta enronquecer, con una voz que a mí me parecía que la iglesia se iba a venir abajo: "Esos mal nacidos, esos canallas, que han nacido en España por equivocación" y otras lindezas por el estilo. Y aquí venía la tribulación de mi ánimo, porque mi padre, aunque era católico, era de Izquierda. Republicana, por tanto, de Azaña. Yo no sabía a qué carta quedarme, pues mi padre me parecía un hombre de bien y la vox pópuli decía que era un enemigo de España, y en la iglesia, a la que asistía con mucha fe, me lo ratificaban. Llegué a mirar a mi padre con cierto recelo, pensaba que siendo de los de Azaña no podía ser bueno.

Aquellos denuestos, aquellos golpes bajos, nos trajeron una guerra incivil (cruzada la llamaron) que costó un millón de muertos, muchas penalidades, muchos años de hambre y 40 años de conciencias subyugadas. Pero la propaganda de estos 40 largos años siempre se encargó de calcar las morras a los rojos, hasta cuando no llovía tenían la culpa, aunque los que no habían muerto se habían exiliado y los supervivientes estaban a buen recaudo en la cárcel.

Ahora resulta que los hijos de aquellos que denostaban a don Manuel Azaña dicen que era un gran estadista y que están muy cerca de él por lo "nacional, lo español y por su amor a la nación española". Pero, igual que en mis años de infancia, vuelven las canciones aquellas, no por las esquinas, claro, ahora tienen cadenas de radio y televisión y periódicos que se encargan de levantar alguna calumnia. Calumnia que, como reguero de pólvora, corre de boca en boca.

Ahora parece que, como antes los rojos, la culpa de todo la tiene el Gobierno y si se marchara Felipe González esto sería una senda de rosas, nos quieren hacer creer que el único español que estorba es Felipe González y que si pudiéramos expulsarlo de España, como antes hicimos con Azaña, la vida sería un encanto. Pero yo digo: "¡Bah! A otro perro con ese hueso". Porque algo mejor vivimos, digo yo, que cuando gobernaban sus papás sin rendir cuentas a nadie. En cambio, nada se dice de los hijos de aquellos papás, que ahora son azañistas y que están procesados por malversación de fondos, inhabilitados para ejercer cargos públicos y de los que han querido corromper a algún edil para pasarle a sus filas ofreciéndole cantidades astronómicas (caso Calviá y otros).

Pero permítanme que yo, niño que vio cómo se preparó el asalto al poder legalmente constituido, adolescente sometido que tuvo que decir a todo que sí cuando imperaban los papás y con muchos años a cuestas, permítanme que esté algo escamado y que no comulgue con piedras de molino.

Por todo lo expuesto, yo me pregunto: ¿si vuelven los hijos de aquellos que denostaron a don Manuel Azaña, tendrán que pasar otros 40 años para que alguien diga "donde dije digo, digo Diego" y habrá otro niño de ahora, ya viejo como yo, que tenga que hacerse todas estas reflexiones? ¡Ojalá que no! Pero mucho me temo que la maquinaria ya esté en marcha. "El hombre suele tropezar, con frecuencia, muchas veces en la misma piedra".-

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