Se siguen cayendo
Domecq / Romero, Espartaco, Chamaco
Toros de Juan Pedro Domecq (4º, sobrero, en sustitución de un inválido), desiguales de presencia; chicos y anovillados 2º y 3º, este impresentable; inválidos; 5º, moribundo. Curro Romero: pinchazo pescuecero, medio golletazo y se tumba el toro (silencio); pinchazo hondo bajo (silencio). Espartaco: estocada (oreja); media estocada caída y rueda de peones (silencio). Chamaco: estocada pescuecera (silencio); pinchazo y estocada (silencio). Plaza de la Maestranza, 17 de abril. Séptima corrida de feria. Lleno.
La feria continuó igual que cuando quedó interrumpida dos días atrás: los toros se siguen cayendo. ¡Oh, no!; nada de culpar a los toreros por la caída de los toros. La culpa la deben de tener Rita la Cantaora, el maestro armero, mi prima; los toreros, no, nunca, jamás. Los toreros, ya lo decía el público, son ajenos a semejantes indignidades, según pudo apreciarse con meridiana evidencia. Querían, sólo que no podían, y les contrariaba muchísimo que sus toruchos se desplomaran en cuanto olían los engaños, impidiéndoles interpretar esas faenas cumbres desgranadas a impulsos del arte excelso que les desbordaba el corazón, ióle!
Quería hasta Curro Romero, que está viviendo, el hombre, su segunda juventud, y saludó a su primer toro, ejemplar de romana y trapío, ganándole terrenos en las verónicas hasta la mismísima boca-riego, donde ejecutó tres más (ya iba la docena), abrochadas con media de salerosa torería.
Es la novedad que se trae Curro Romero en su segunda juventud: en vez de intentar faena (o tirar líneas) en el tercio, mirando de soslayo las tablas próximas por si acaso, saca al toro fuera de las rayas, marca el derechazo o el natural, apunta la trincherilla, se echa por delante al toro en el de pecho. Tres o cuatro pases se le llegaron a ver así en ambas faenas, entre muchos castigos, de macheteo o de difícil clasificación. El toro no embestía, éste era el motivo -¿cuál iba a ser?-, el maestro ponía gesto de contrariedad y se iba a por la espada.
Si Curro estaba contrariado, ya se pueden imaginar los demás diestros del cartel, tan pundonorosos y profesionales de suyo. Espartaco toreó bien al natural a su primer toro, que parecía novillo y de fuerzas no andaba sobrado, pero embestía el animalito, que es lo bueno. Lo toreó bien en la primera tanda e inmediatamente pasó a los derechazos, que dio a la moderna usanza; es decir, la suerte descargada, ligerito, aliviado, sin molestar al torillo menesteroso y sin forzar la máquina de su reconocida profesionalidad. Le aplaudieron mucho por eso y cuando se entregó en el volapié, saliendo del embroque con el chaleco desbaratado por un pitonazo, le aclamaron y le fue concedida una oreja.
El quinto toro padecía invalidez absoluta, se desplomaba a los dos trancos, y Espartaco lo pasó un poco a derechas y a izquierdas con la muleta bien alta para evitar que claudicara definitivamente. ¡Mecachis! -pareció significar aquel golpe de puño que dio al aire-, con las ganas que tenía un servidor de salir por la Puerta del Príncipe.
Chamaco debió estar en las mismas circunstancias. Sus faenas de muleta, tesoneras y derechacistas, no convencían a la afición, ni transmitían, según voz de nuevo cuño taurómaco que suele emplear la nueva ola de espectadores, afecta al cuerpo de transmisiones. Claro que ¿cómo iban a transmitir, con aquellos toros flojos de pata y carentes de resuello?
Toros serios con edad y redaños; toros de poder y codicia; toros bravos es lo que quieren los toreros para triunfar y no -¡mecachis!- lo que les sacan ahora empresarios y ganaderos de consuno, no se sabe si por incompetencia o por pura mala idea. Las pruebas son éstas: prueba a) la cara de disgusto que ponen los toreros cada vez que el toro se pega una costalada; prueba b) las broncas que los apoderados les echan a los ganaderos y a los empresarios, de consuno o por separado, exigiéndoles que traigan para sus pupilos los toros más fieros de la dehesa.
Los tres de ayer, sin ir más lejos, quisieron torear en esta feria la de Miura, la de Victorino, la de Cuadri y la de Dolores Aguirre, a elegir; eso, o se tiraban por el Viaducto, si era en Madrid, o por el puente Triana, si en Sevilla. No les hicieron caso. Y menos mal que no se tiraron; menudo disgusto.
Babelia
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