Cuando el bosque florece
Por fin Nacho Duato ha quemado ese pequeño ninot multicolor y con lentejuelas que llevaba dentro y Tabulae es su primer buen ballet creado en España. Un parto de cuatro temporadas. No está mal esta tabula rasa con el pasado reciente, y está justificada si nos queda una obra emocionante a la que sólo le sobra ese absurdo pas de trois de los esclavos de su harén privado, con faldas y a lo loco, pero gratuito.El resto de Tabulae es muy hermoso, cuidado y serio, a veces con reflejos magistrales, como si el aura del poeta Wallace Stevens, en cuyos versos se inspira, se hubiera posado sin ruido, pero densamente, sobre el coreógrafo y el músico. Duato comienza a descubrir que es una personalidad artística amarga, solitaria, cercana a lo siniestro. El resultado de su ofrenda es potente, guarnecida por eficientes luces, trajes bellamente ejecutados y un decorado mortuorio soberbio (tres lápidas con incisa e inextricable grafía, una chamuscada cortina de terciopelo granate: se puede pensar en Van der Weyden y su Juicio Final).
Compañía Nacional de Danza
In the middle, somewhat elevated:W. Forsythe T. Willems; Pral. Ira.: Ramón Oller Oscar Roig y otros; Hierba: Mats Ek / S. Rachmaninov; Tabulae: Nacho Duato / Alberto Iglesias. Teatro de Madrid. 14 de abril.
En el vocabulario latín-español de Juan Hurtado de la Serna se dice: Tabula(e): tabla, tablero, mapa, pintura, escrito, ley, contrato, cartel, archivo. Las palabras, la sinonimia, alientan un ejercicio en principio racional, después virtual y libre, de asociaciones: ya Lezama Lima fue lejísimo en eso. El vuelo del juego concede la posibilidad de elevarlo de rango, convertirlo en obra de creación. Y esto es lo que pasa en el oscuro mapa que traza Duato sobre el escenario, un archivo donde hay perversiones, aire sucio, ultraje, bochorno. Es una pintura tenebrista que habla de una doble vida, y el ballet se desarrolla en ese espacio roto entre el deseo y su representación; es obra triste, suntuosa en su geografía, pero austera en su lenguaje.
Tabulae es un contrato ciego entre un coro imposible y unas individualidades castigadas por su propia angustia. En un fondo último y tangente, el creador de danza debe desnudarse como el poeta; no encubrir la palabra -el movimiento- sino desvelarla en la síntesis. Lezama lo llamó poeiesis, Noverre esencia de la acción. Este hallazgo debe mucho a la música de Alberto Iglesias, con un sonido reconcentrado que no cede al efectismo, dominado las cuerdas para facilitar al coreógrafo algo de respiración. Stevens, desde lejos, también hace lo suyo (el título de esta crítica es un verso suyo).
Volviendo a la tierra, el programa se completó con dos estrenos, uno muy bello de Mats Ek, con esa sensualidad diurna donde no hay dobleces y los bailarines atraviesan una apócrifa escultura penetrable a lo Soto, y otra de Ramón Oller, un valor seguro de la nueva danza española que no logra encajar del todo con el nuevo estilo de la compañía.
Babelia
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