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De la ira

Ángel S. Harguindey

Todo parece indicar que ¡por fin! cultura y sociedad van a encontrarse. Pronto se cumplirá el cincuenta aniversario de la publicación de Los hijos de la ira, el espléndido poemario de Dámaso Alonso que vió la luz en Revista de Occidente en 1944 (aquellos sórdidos tiempos de la posguerra española). Es tiempo, pues, de agradecer a esos gigantes de la sensibilidad que son Juan Guerra, Javier de la Rosa, Mario Conde, Luis Roldán y, últimamente, Mariano Rubio, entre otros, el que lleven años, alguno incluso una vida, tratando de justificar la idea que inspiró al poeta.Poco a poco, con la tenacidad que surge de las convicciones más profundas, los nuevos juglares están consiguiendo lo que parecía un sueño: que toda España, de la choza al palacio, asuma en sus propia carne y en su torpe conciencia el protagonismo enunciado por el autor:

¿Pero es que no escucháis, es que no veis

cómo el fango salpica los últimos luceros putrefactos? ¿No escucháis el torrente de la sangre? ¡Y esas luces moradas, esos lirios de muerte, que galopan sobre los duros hilos de los vientos!

En honor a la verdad hay que reconocer que esa poderosa difusión de la ira no se debe sólo a los citados. Hay que incluir a entidades, empresas e instituciones de todo tipo, nacionales y extranjeras. ¿Como no mencionar a Suzuki o a Gillette o a Ebro-Kubota o a Santa Bárbara, por ejemplo, que con unas simples decisiones de sus Consejos de Administración han sido capaces de convertir en ciudadanos airados a barriadas y pueblos enteros? ¿Cuánto tiempo habrían necesitado los esforzados catedráticos de Literatura en obtener tal cantidad de amantes de la lírica?

Afortunadamente para todos España no es Hollywood. Dicen los expertos que si se probara que el máximo responsable de la política monetaria de una país tenía una cuenta B, con dinero negro y lejos de la observancia de los deberes fiscales, estaría haciendo declaraciones a la prensa a través de su abogado y / o de las rejas de la correspondiente cárcel, al menos en EE UU, Alemania o países que, por lo que parece, aman poco la poesía. Aquí no. Gracias a la infinita comprensión de nuestros dirigentes y a la no menos infinita tolerancia de los sistemas judicial y fiscal, cada vez somos más los hijos de la ira. ¡Qué gran homenaje!

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