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Un poco de cinismo

Hace un poco más de dos años, el 10 de enero de 1992, el Frente Islámico de Salvación (FIS) ganaba en Argelia unas elecciones generales, precisamente las elecciones generales que iban a traer por primera vez la democracia al país. Y las ganaba este grupo de gentes afectas al más puro integrismo islámico con la intención declarada de acabar con la democracia e imponer en Argelia el funcionamiento político de la ley coránica.Recuerdo que entonces se produjo entre el grupo de editorialistas de EL PAÍS una larga y complicada discusión en torno al sentido que debía tener el editorial del día siguiente: ¿debíamos ser tolerantes con los intolerantes o, por mor de la defensa de la libertad, se justificaba la intolerancia de nuestros enemigos? El resultado de nuestras lucubraciones fue un artículo llamado Estado de tolerancia en el que se decía: "Se comprende que los restantes partidos se hayan coligado para despojarles de la victoria o derrotarles en la segunda vuelta por cualquier medio". Resultó que ese cualquier medio acabó siendo un golpe de Estado dado por el Ejército argelino y que nosotros, elevando el sofisma al nivel de argumento definitivo, afirmábamos que no era "la bondad del sistema democrático lo que está en causa, sino la forma de defenderlo y preservarlo".

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Lo disfrazáramos como lo disfrazáramos, fue un error porque en la práctica defendíamos que en esto de la democracia debía aplicarse según quién. Y lo cierto es que habíamos dado un respiro colectivo porque nos había parecido que, con su acción, el Ejército argelino había detenido la degeneración del país y la consiguiente extensión de la ola fundamentalista. Menos mal que, como tanto el director de EL PAÍS como el grupo de editorialistas éramos un grupo de demócratas convencidos, acabó triunfando la sensatez y pocos días después publicamos otro editorial arrepintiéndonos de nuestra maldad y condenando la acción militar argelina sin paliativos. Y es que se nos había escapado la reacción freudiana: en el fondo de nuestro análisis había latido el convencimiento de que el gobierno por las Fuerzas Armadas argelinas era mejor que por el FIS, pero no para Argelia sino para Occidente.

Dos años más tarde sigo pensando, como todos nosotros, que el argumento democrático a rajatabla es aún el único válido. Unos cuantos hechos bastarán para reafirmarlo. Primero, el Ejército argelino nunca había estado realmente separado del carpus del FLN (el Frente de Liberación Nacional, partido único que hizo la guerra de la independencia frente a Francia y que controló luego la vida política del país). Por consiguiente, no puede hablarse de una acción salvadora de las Fuerzas Armadas, como si saliendo de la nada hubieran tomado las riendas de un país que se iba al garete: nunca habían dejado de manejarlas. Segundo, era un hecho entonces y probablemente lo sigue siendo hoy, que la característica de la vida pública argelina era la corrupción y que ésta había creado una insoportable situación de insatisfacción del pueblo. Tercero, las revueltas del pan -verdadera revolución social del hambre a la que se unió el elemento de la frustración de una juventud que se miraba en el espejo de Francia fueron fácilmente deglutidas por el fundamentalismo. Cuarto y muy principal: la solución militar no ha servido de nada. Al revés, ha metido a Argelia en un pozo sin fondo de violencia y muerte y mentira política.

¿Qué debería haberse hecho? Se debería haber aceptado el triunfo del FIS, sacado a sus líderes de la cárcel y permitido la proclamación de la República Islámica de Argelia (si la quiere el pueblo, ¿quiénes. somos los demás para darle lecciones de preferencias políticas y religiosas?). Hoy no habría persecución de los extranjeros, no estaría en duda el futuro de la cooperación económica de Argelia con Europa y, como en Irán, el país sería«incómodo, la mujeres irían con velo y los incidentes de terrorismo internacional serían esporádicos en lugar de norma. ¿Fundamentalismo a las puertas de Europa? ¿Por qué no? ¿O somos tan inseguros que un régimen hostil o simplemente distinto nos desestabiliza? ¿Hay mucha diferencia entre Irán y Arabia Saudí como partner incómodo? Recuerde, amigo lector, que durante 40 años Europa tuvo en las puertas a un contrapunto marxista y que, aparte de la histeria, no le pasó gran cosa. Más bien al revés.

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