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Tribuna
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El alpechín

Lo de los alpechines -así se llaman los residuos aceiteros de la discordia- viene de antiguo. No son una rara especie de pingüino ártico, como pudieran pensar nuestras autoridades especializadas en medio ambiente. Son sólo un signo del deterioro extremo de cerca de 80 kilómetros del recorrido madrileño del Tajo.El presente de este recurso hídrico que discurre muy cerca de los nuevos y flamantes límites del futuro parque regional del Jarama es tan oscuro como los residuos de la extracción de aceite que se vierten cada año. El vaivén de las competencias entre administraciones, el incumplimiento público de la Ley de Aguas y la temeridad de las industrias de los márgenes comprometen un paisaje que es algo más: es forma de vida, objeto literario y recurso económico.

La ausencia de sensibilidad ante estos problemas, que aparecen un día sí y otro también en medios de comunicación, es también antañona. El Ayuntamiento de Aranjuez, localidad que acapara el mayor protagonismo en estos asuntos, ha guardado un silencio de cartujo prudentísimo. Sólo lo rompe, como un monje benedictino, para musitar que no es competencia municipal. Por otro lado, la Agencia de Medio Ambiente de Madrid ha despertado sobresaltada de un prolongado sopor, como de un mal sueño y preguntándose: ¿qué, quién, cómo?, ¿dónde dice que ha ocurrido?

La contaminación en el Tajo, como las brujas gallegas, la hay. Este es un ejercicio de convicción necesario, porque en estos pueblos, alejados de Dios y del gobierno regional, se niega hasta la fe del bautismo con tal de asegurarse un buen pasar, que dicen nuestros mayores. A poco que se analice la información desperdigada en multitud de organismos se llega a esa conclusión.

La Confederación Hidrográfica cataloga con el adjetivo de calidad inadmisible la mitad del tramo madrileño a la altura de Aranjuez. La Secretaría de Estado para el Medio Ambiente incluye este tramo de río entre los tres más contaminados de toda España en sus memorias anuales.

Estas afirmaciones. se completan con las cifras que proporciona el Plan Hidrológico Nacional respecto al Tajo. Sus redactores comparan los residuos industriales, agrarios y urbanos que transporta, casi como los antiguos gancheros de Sampedro, a los producidos por una concentración de 7,25 millones de habitantes en un año. ¡El 67% del total de basura nociva que el Tajo recoge en más de 500 kilómetros de recorrido lo hace en menos del 10% de su curso, donde se registran frecuentes mortandades de su fauna piscícola!

Para que les salgan las cuentas añadan una variada gama y cantidades de metales pesados, compuestos químicos, pesticidas, plaguicidas y abonos que aumentan con cada metro cuadrado de regadío. Completen el cuadro con las cifras de los análisis realizados por el laboratorio comarcal de Aranjuez. El catálogo biológico abarca desde estreptococos fecales, que cuadruplican los valores máximos admitidos, hasta leptoespiras, que te dejan el hígado para el arrastre y el cuerpo hecho unos zorros.

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Las consecuencias trascienden del terreno medioambiental al de la salud pública y al económico. Una comarca entera, la de las Vegas, con más de 200.000 habitantes, figura en los estudios del Insalud con los índices más elevados de Madrid en enfermedades gastrointestinales y de transmisión hídrica; pero también amenaza a los proyectos que confían al Tajo y su entorno natural, a sus valores ecológicos y a la agricultura un papel promotor del desarrollo comarcal para satisfacer las nuevas demandas del consumo en el terreno alimentario y turístico.

Contra toda lógica, continúa sin aplicarse la Ley de Aguas con rigor, y la preservación del medio natural no se entiende como una tarea basada en la colaboración de las tres administraciones, con una responsabilidad importantísima de la local. Ninguna puede escurrir el bulto con el argumento fácil de la falta de competencias. Sobre todo cuando entre las sanciones realizadas por la Confederación Hidrográfica del Tajo figuran con regularidad los ayuntamientos de la comarca por el vertido directo de sus residuos urbanos con nocturnidad, alevosía y premeditación; circunstancias mucho más agravantes cuanto más público es quien los perpetra.

es periodista.

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