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Los eternos indocumentados

Una mujer mayor, muy delgada, morena, sonriente, de marcados rasgos indios, se acercó el pasado 20 de marzo al observador electoral de Naciones Unidas en el municipio de El Porvenir, para pedirle que le ayudara a averiguar en que mesa le correspondía votar. El representante de ONUSAL en aquel pequeño poblado próximo a la frontera guatemalteca, se dispuso a rastrear por enésima vez inútilmente en el padrón. Ya que no iba a poder votar después de venir andando quién sabe cuantas leguas desde su caserío, por lo menos que viese que había alguien dispuesto a preocuparse por ella.Con toda la cordialidad que le quedaba después de dos días de malcomer y maldormir, el observador español le preguntó a la señora cuál era su apellido. Con voz dulce y pausada, con esa entonación cantarina de los salvadoreños, le contestó: "El de mi mamá". Era uno de ellos, una legítima representante de El Salvador profundo, uno de los "eternos indocumentados", como les llamó el poeta Roque Dalton en sus Historias prohibidas de Pulgarcito.

Como era de esperar, los eternos indocumentados, los descendientes de aquellos indios despojados el siglo pasado de sus tierras comunales por alguna de las catorce familias, fueron los más afectados por las cuantiosas irregularidades del censo y por un sistema electoral diseñado para que votar resultase lo más dificil posible.Pero con todos sus defectos, empezando por el censo y terminando por la evidente parcialidad del Tribunal Superior Electoral, las elecciones de El Salvador son uno de los acontecimientos más relevantes de la reciente historia latinoamericana. Si con ellas se consigue asentar el proceso de entendimiento político trabajosamente iniciado hace dos años, se habrá logrado cambiar la guerra por la paz y el asesinato por el debate.

"Ahora se verá si el proceso de reformas ha servido para algo", opinaba al día siguiente de las elecciones Juan José Dalton, un joven periodista, hijo del poeta y guerrillero asesinado por sus propios compañeros en una de las disputas por el liderazgo, que marcaron la trayectoria de la izquierda a finales de los sesenta y comienzo de los setenta.

Los resultados de las elecciones muestran que sólo hay dos fuerzas verdaderamente relevantes: el FMLN y ARENA. Todo depende, a juicio de Dalton, "de la capacidad de los principales protagonistas políticos de mantener una relación que evite situaciones graves cada vez que se adopte una decisión política importante".

A unos y a otros les espera un difícil proceso de cambio. En la izquierda deben perder terreno las formas de organización vertical, producto de más de veinte años de clandestinidad. El candidato a la presidencia por el Frente Farabundo Martí, Rubén Zamora, puede influir mucho en favor de esta transformación, que será decisiva para que los antiguos guerrilleros lleguen a estar un día en condiciones de gobernar el país.

ARENA, el partido que sin duda ganará la segunda vuelta de las presidenciales, tendrá que romper con su pasado de terrorismo de Estado y convertirse "en un partido de derechas normal". El actual presidente, Alfredo Cristiani, puede ser el hombre clave para esta ruptura, que probablemente dejará al margen a algunos de los sectores más extremistas. Se trata, esencialmente, de convertir a ARENA en la expresión política del nuevo capitalismo salvadoreño, más ligado ya a la búsqueda del beneficio en el incipiente mercado centroamericano, que a la propiedad de los cafetales.

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Algunos dirigentes de la izquierda sonríen y callan cuando se les sugiere que no tenían el menor interés en ganar estas elecciones. Pero de unas y otras opiniones se desprende la imagen de un cambio por etapas, de una arriesgada carrera de obstáculos, en un país todavía atenazado por muchos miedos.

La próxima cita en esa carrera es la segunda vuelta de las presidenciales, a finales de abril. Una cita a la que presumiblemente tampoco podrá acudir la dulcísima vieja india de la que hablábamos al comienzo.

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