El polvorín argelino
LAS NOTICIAS que llegan de Argelia son cada vez más horribles y representan para los españoles un serio motivo de preocupación. Está, en primer lugar, el aspecto humano, las matanzas que amenazan a nuestros conciudadanos. Nuestro Gobierno les ha aconsejado, con acierto, que vuelvan a España, y lo mismo ha hecho el Gobierno francés con los suyos. Argelia se ha convertido en un verdadero polvorín en el que nadie puede sentirse seguro. Por otra parte, España tiene vitales intereses económicos, sobre todo para el suministro de gas. No hay perspectiva de que la situación pueda mejorar -todo lo contrario-, y ahora, con la decisión del Gobierno argelino de extender las aguas territoriales, se crea un nuevo conflicto para nuestros pescadores.En el equipo de militares que controla el país parece conservar su influencia el grupo más cerril, que sólo confía en una represión salvaje de la rebelión islamista. En las últimas dos semanas, según declaraciones de los propios servicios de seguridad, las muertes de islamistas alcanzan la cifra de 323. El Gobierno ha vuelto a la línea de "seguridad hasta las últimas consecuencias". Como ha denunciado Amnistía Internacional, no hay ningún respeto a los derechos humanos en la acción represiva argelina. El coronel Saad, ministro del Interior, ha anunciado la movilización de la reserva del Ejército, unos 150.000 hombres; su idea es que con más soldados será posible acabar con los rebeldes. En realidad, es muy probable que, ante esa movilización, aumenten los soldados que desertan o se pasan a los islamistas. Por otra parte, el general Lamari, que representa esa línea dura, ha recibido una delegación de plenos poderes, mermando así los del general Liamin Zerual, el presidente de la República elegido a principio de 1994, que preconiza un diálogo "sin fronteras", abierto a los dirigentes del Frente Islámico de Salvación (FIS) actualmente encarcelados. En el periódico Watan, que se publica en francés, un reciente artículo ataca al presidente Zerual por su plan de diálogo con el FIS, acusándole de conducir Argelia a la ruina.
El general Zerual, bien por falta de voluntad, bien porque está mediatizado por los duros, tampoco actúa con claridad para realizar el plan que ha proclamado. Sus reuniones, en los últimos días, con pequeños grupos islamistas como Hamás y Ennahda de poco sirven. El único paso que podría frenar la catástrofe sería hablar con los jefes del FIS. Claro que para ello necesita poner freno a los intransigentes del Ejército, que son los que ahora parece que vuelven a mandar.
No se puede olvidar que en Argelia existen fuerzas sociales y políticas poderosas contrarias al régimen corrompido de los últimos años, pero que no son islamistas. Lo demostraron las manifestaciones de miles de personas, sobre todo mujeres, el 22 de abril del año pasado. Estas fuerzas populares democráticas se desarrollarían si se lograse apaciguar la guerra civil. Pero para eso, los militares argelinos deberían comenzar por aceptar que fue un error impedir, en enero de 1992, la llegada al poder de forma civil y democrática -tras ganar las elecciones legislativas- del FIS.
Da la impresión de que la posibilidad de la aceptación de ese error se va desvaneciendo con la política del grupo militar duro, que sólo admite una represión cada vez más implacable. Esa represión está ayudando a que crezca el sector más radical del movimiento integrista, el llamado Grupo Islámico Armado (GIA), que sólo piensa en liquidar a los extranjeros y a las personalidades argelinas de mayor prestigio. El GIA llega incluso a amenazar a los islamistas moderados que acepten entrar en negociaciones para poner fin a la guerra civil. De hecho, los dos cerrilismos, que son los que hoy impone la ley de sangre y muerte que domina en Argelia, se alimentan el uno del otro.
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